En la sociedad actual, desideologizada, el feminismo es el único movimiento popular transversal capaz de impulsar transformaciones sociales importantes y avances democráticos. La lucha por los derechos de las mujeres es la lucha por los derechos humanos y un camino de progreso para todos: hombres y mujeres. El ímpetu trasformador que en otro tiempo desempeñaron determinados movimientos políticos y sindicales tiene actualmente mucho menos recorrido que el movimiento feminista.
El feminismo es un movimiento heterogéneo en el que históricamente han confluido diferentes sensibilidades que han convivido armónicamente hasta la fecha. En los dos últimos años se ha producido un desgarro interior que ha salido a la luz pública por las posiciones enfrentadas en torno a la “ley del solo sí es sí”, que son posiciones mediatizadas políticamente, pero las verdaderas diferencias se han puesto de manifiesto con la ley trans, en torno a la definición de quien es mujer. Aun a riego de simplificar mucho podríamos identificar dos bloques bien diferenciados: un feminismo que enarbola un concepto de mujer más clásico o biologicista y un feminismo más moderno e integrador que agrupa también a quienes se definen como mujeres independientemente de la biología (mujeres trans).
En las fechas previas al día de la Mujer Trabajadora el ruido ha sido ensordecedor y las descalificaciones hacían pensar que las manifestaciones del 8 de marzo serían mucho más minoritarias que en años anteriores e incluso pondrían de manifiesto la debilidad de un movimiento que, por dividido, muchos daban ya por muerto y avanzaban que sería difícil resucitarlo.
El manifiesto de la Comisión 8M, organizadora tradicional de estas movilizaciones, hace referencia a la diversidad del movimiento feminista y el propio lema de este año: «Somos el grito necesario. El feminismo lo está cambiando todo», así lo expresa y, a pesar de lo sucedido en las semanas previas, ha conseguido movilizaciones masivas y, en la mayoría de las situaciones, las distintas sensibilidades han confluido sin ninguna dificultad en las calles, que se han llenado de hombres y mujeres para reclamar seguir avanzando en la igualdad.
El movimiento como tal ha demostrado más vitalidad y sentido común que las diferentes articulaciones políticas del mismo que dañan la autonomía del movimiento. Dos consecuencias se pueden sacar de las manifestaciones que han tenido lugar: nadie tiene derechos históricos sobre el feminismo que le permitan excluir a otras sensibilidades diferentes y, más que nunca, las calles se han llenado de mujeres jóvenes que, además de ser el presente, son las verdaderas protagonistas del movimiento feminista, de sus logros futuros y del poder de la mujer para generar un cambio integral para todos.