Nuestras hostilidades y violencias provienen de la falsa creencia que nos identifica con nuestro yo particular, como seres separados de todo, reinando desde nuestro yo individual y narcisista. Pues mirad lo que afirma Melloni: “toda reducción al yo es algo tóxico, confuso y agresivo; cuanto más vacío de nosotros mismos más plenos de vida y libertad…”.
Muchos de nosotros corremos el peligro de que se nos suba algo más de lo conveniente el ‘ego’. Y una sola es la profundidad y felicidad para las personas: aparcar los mapas particulares y situarnos en el territorio compartido de la fraternidad. ¿Cómo no vivir la solidaridad cuando hemos comprendido que todos somos uno, que yo soy tu y tú eres yo…?
Ojo con que nuestro ego suba demasiado. Ojo también con creernos superiores a los demás, actitud egocéntrica que nos lleva a la indiferencia y rechazo ante los otros. Con ello, estaremos ocultando falsamente un sentimiento de inseguridad afectiva y un nivel de autoestima bajo, muy bajo.
Los expertos hablan hoy de la lacra social del narcisismo, trastorno psicológico alimentado por un falso concepto de libertad, una educación muy permisiva y una cultura imperante solipsista y superficial. La moda actual de divinizar nuestro ego lleva incluso a una pseudo-espiritualidad que deviene en una indiferencia ante los sufrimientos del mundo y las tragedias y carencias de nuestra condición humana.
La actitud narcisista estaría sostenida por un individualismo extremo centrado en el imperialismo del ego que ignora el bien común, la justicia social, la dignidad básica personal para todos y el caminar juntos por la profundidad de la fraternidad. Es bueno cuidar nuestro ego pero sin que llegue a esclavizarnos aislándonos de la unidad total y misteriosa de la que somos parte imprescindible y del trabajo comprometido común por un mundo mejor para todos.
La trampa narcisista se origina en la tendencia del ego a buscar solo su propio interés y bienestar egoísta, al margen de las necesidades y proyectos de los otros. En nuestra etapa infantil todos pasamos por aquél narcisismo primario y ahora en la edad adulta –grabado de modo poderoso en nuestro inconsciente- se nos presenta de nuevo como cálido refugio para compensar cualquier malestar que nos inquieta y duele.
Pero el ego nos reclama también otras formas egoicas: la necesidad de tener siempre razón, de sobresalir, de ser especiales, de ser reconocido y aplaudido, de sentirnos importantes, de destacar por encima de los demás…Y es que el narcisismo ocupa todos los campos: la religión, la política, nuestra profesión y sobre todo el rol-máscara con el que nos presentamos en sociedad.
Tenemos un trabajo psicológico pendiente siempre para que nuestro Ego no nos domine: un profundo amor a nuestra verdad, a lo que somos en sencillez y humildad, una aceptación agradecida de lo efímero de nuestra existencia, un reconocimiento sincero de los otros como hermanos, la práctica de la empatía para percibir y vivir la comprensión y la unidad…
Y un largo etcétera de valores humanos por motivar y compartir… para tratar de desnudar los engaños de la soberbia y la apropiación…
¿No será esto la nueva espiritualidad que tanto necesitamos….?