“Vine a Salamanca en 1977. Un viaje que bien podría ser el argumento de una novela picaresca. Era verano y vinimos un amigo y yo desde Úbeda en autostop hasta aquí. Éramos pobres. Mi amigo me dijo que venía a Salamanca a ver a su novia. Desde Úbeda casi hicimos el mismo recorrido que el Lazarillo. Nos pusimos a buscar a la novia. No había móviles. La encontramos en un edificio universitario. Nos sentamos a esperarla y llegó, pero acompaña por otro. Seguimos a Ponferrada. Conocimos a mucha gente, pero el propósito del viaje no lo conseguimos”. Así, logrando que el Aula Magna de la Facultad de Filología de Salamanca estallara en una carcajada, comenzó Antonio Muñoz Molina su conferencia.
El autor de El invierno en Lisboa ofreció una lección magistral de la manera de escribir un libro, partiendo de la base de que todos los libros están a punto de no escribirse o hacerlo de otra manera. “Me gusta fijarme en cómo se escriben los libros, en el proceso”, matizó.
Habló de la abundancia de escuelas y talleres donde te dicen cómo escribir. “Hay algo que se puede aprender, pero eso es limitado. Los años me han dado incertidumbre y hay que trabajar a favor de ella”, puntualizó el escritor.
El periodista y escritor diferenció entre la escritura de ficción y no ficción. “Hay un prejuicio entre los que dicen que la literatura solo es la ficción y no es así. Eso nos lleva a crear jerarquías equivocadas. La primera incertidumbre es saber qué quieres contar. Las cosas inventadas no tienen más mérito”, puntualizó el autor de Beltenebros.
Confesó durante la conferencia que el verbo novelar le ponía “muy nervioso, porque siempre que inventas algo estás haciendo ficción. En el campo de la no ficción no tienes capacidad de inventar. Tienes que hacer un pacto con el lector, que lo que lee sea cierto. Contar lo que se ha visto es fundamental. Eso es tanto o más literario que la ficción”, explicó.
Puso el ejemplo del valor que tienen los diarios para contar lo que se ha vivido y con las sensaciones de lo vivido, porque cuando pasa el tiempo la memoria va transformando las cosas. ”Cuando escribes no ficción escribes de lo que sabes y cuando es ficción entramos en la invención. ¿Por qué necesitamos inventar? ¿Por qué sentimos esa necesidad? Necesitamos saber cómo es el mundo y escaparnos del mundo”, preguntó y respondió Muñoz Molina.
Esa doble necesidad está a lo largo de toda la vida. La ficción no se hace con la conciencia racional, en eso se parece a la poesía.
¿Por qué escribimos una historia u otra?
Piensas que hay que crear una estructura, planificar… Muñoz Molina contó que cuando era joven le atraía la literatura de género, porque le ofrecía un modelo. La novela de misterio le daba una estructura. Tiene una solución al final.
Su ambición era escribir una novela de esa época. Muñoz Molina compartió con el auditorio que el verano antes de irse a la mili escribió apasionadamente. Se fue y todo aquel material se quedó en nada. Hablando con un amigo, le contó todo lo que había hecho, lo animó. Tenía el impulso, pero no la capacidad.
Había empezado a escribir crónicas en un periódico y eso le dio disciplina artesanal, le sirvió cuando volvió al proyecto de la novela.
“Todo fue un golpe de azar. Una mañana estaba en casa, de eso hace 40 años. De pronto vi el comienzo de la novela y vi quién hablaba. Era un personaje que durante la mayor parte de la novela los otros personajes y los lectores piensan que está muerto. Supe que tenía una voz y la novela empezó a organizarse por sí misma. Tenía que seguir ese hilo y tardé dos años en escribir mi primera novela. Es una inspiración total”. Así relata cómo surgió Beatus Ille.
Lleva cuatro décadas escribiendo, pero eso no impide que cada vez se pregunte más como escritor qué es lo que se puede aprender. En la escritura de ficción la experiencia no sirve, puede ser dañina, porque puedes llegar a pensar que ya sabes. “Me he fijado mucho en cómo ha intervenido el azar en mi creación”, apunta.
Una pequeña historia personal se puede transformar en algo muy grande. Un escritor no es libre para poder elegir lo que escribe. Ocurre algo inesperado y te toma por sorpresa.
Así, Muñoz Molina contó cómo había surgido El invierno en Lisboa. “Hice algo de puro presente, de amor, un músico de jazz. Escribía como con desgana, con lentitud. Eso no significa que sea bueno. Eso puede ser que te estás equivocando. Llevaba escritos muchos capítulos y no se habían encontrado los amantes. ¡Qué largo se estaba haciendo! Tenía que haber mucha información musical. Algo fallaba, pero me decía: qué bueno tiene que ser porque me está costando mucho”, bromeó el escritor.
Las herramientas que tienes son tan importantes porque despiertan la imaginación. “De pronto encontré una frase de alguien que conocía al músico. Lo sabía todo, por lo que me quitaba todo lo que tenía que ver con la música. Era un narrador desde fuera. Él tenía una historia y guardaba un revólver. Sabía que había un sitio que se llamaba Burma. Ese momento de la invención suprema es la cima de la ficción. Tiene que haber momentos de fulgor, donde la escritura te lleva”, compartió.
Después de escribir el libro viene la revisión donde controlas las palabras. “Lo importante es que sepas qué quieres contar o que tengas un núcleo muy poderoso. Que tengas la paciencia de encontrarlo”.
En la parte de la revisión el escritor es completamente racional, “para que no se te cuele ninguna tontería. En la primera, lo haces solo, y en la segunda puedes tener ayuda”, explicó Muñoz Molina.
Por último, compartió que lo que había logrado no era una conquista, era un regalo, como pasa en la vida. “Eso es lo que le da belleza a mi trabajo, porque le da sentido a todo. Lo fundamental no depende de ti”, concluye Antonio Muñoz Molina, que ocupa la ‘u’ minúscula en el sillón de la RAE.