Opinión

De plazas, museos, figurines, figurones y olvidados

Museo Diocesano.

Se aleja uno del opinar varias semanas y, a la vuelta, encuentra un montón de asuntos y no sabe por dónde tirar. Y algunos son tentadores a más no poder, como la conversión de la plaza de San Benito en un mini Cabo Cañaveral, con el cohete apuntando al límpido cielo salmantino. Pero como Álex J. García me anticipa que el miércoles, en el digital de Semana Santa, nos echamos unas risas al respecto, no piso jardines ajenos y dirijo mis pasos hacia otra plaza, la de Juan XXIII.

Allí, hace dos semanas, se inauguró por fin el Museo Diocesano, que no se llama así porque la diócesis, después de pagarlo, se lo ha quitado de encima y entrega a la catedral para que lo explote económicamente a través de su empresa concesionaria. La inauguración fue triste, sin la presencia de las primeras autoridades civiles, con una bendición que más movía a la hilaridad que a la devoción y con tensiones clericales que distan mucho de ser edificantes. Una vez más, parece oportuno recordar las invectivas del Nazareno a los fariseos: «Haced, pues, y observad todo lo que os digan, pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen» (Mt 23,3).

Facas volanderas al margen, lo cierto es que Salamanca cuenta con un nuevo espacio expositivo, que se suma a la visita de las catedrales y justifica el incremento del boleto general en casi un setenta por ciento. The Winner Takes It All, decía la canción de Abba y aquí está claro quién es. Pero, negocios al margen, lo que importa realmente es que en Salamanca hay un museo más, aunque no figure como tal.

El Palacio Episcopal, que bajo esta denominación se ha presentado, merece realmente la pena. Es una obra impresionante en todos los sentidos. La reforma integral del edificio y la redistribución de los espacios ha sido fabulosa, lo mismo que la planificación museística, con un relato sólido y atractivo y una ejecución moderna, impecable y funcional. La cultura salmantina llevaba años ayuna de noticias tan relevantes. No en vano, por la calidad de las piezas y su atractiva disposición, el Palacio Episcopal se convierte en el segundo espacio expositivo de Salamanca. La Casa Lis, nadie lo discute, ostenta la primacía. Después está el Museo Diocesano, aunque le hayan borrado su nombre inicial.

En la inauguración de marras se dieron los parabienes y quienes menos hicieron y más se opusieron sacaron más el pecho. Lo típico. Como con el aniversario celebrado en San Benito. El análisis detenido de las intervenciones daría para hablar y escribir mucho, porque la lectura (o escucha) entre líneas, pese a los recortes del vídeo oficial, se las trae. Por eso, y para que en el futuro cuando alguien investigue pueda leerlo, dejamos constancia de que este museo ha sido posible gracias y exclusivamente al trabajo y competencia de Tomás Gil, el único cura de la diócesis capacitado para afrontar con solvencia una obra de tal envergadura. Obviamente, ha contado con el respaldo de un grupo de personas preparadas, entre las que destacan Juan Andrés Martín, Eduardo Azofra y el equipo instalador de Feltrero.

En Salamanca, para que conste a los efectos oportunos…

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