Opinión

Raíces

El desfile procesional del Cristo de la Liberación. Fotografía. Pablo de la Peña.

Concluyó. Los diez días de la Semana Santa procesional en Salamanca son historia. Y en el balance uno encuentra de todo, como en botica. Pero juzgar lo bueno y lo malo que hemos visto desgasta mucho, la verdad. Vivimos en una sociedad completamente adocenada, acrítica a más no poder y que traga absolutamente con todo, sin plantearse siquiera los porqués más elementales. Por eso me quedo solo con aquello que más valoro, la aceptación que siguen teniendo, al menos entre las minorías instruidas y con capacidad analítica, los desfiles y tradiciones que hunden sus raíces, con mayor o menor profundidad, en el sustrato cultural de nuestra tierra.

Sin pretender hacer de menos a nadie, todos coincidimos, creo, en que la procesión más representativa de Salamanca es la de la Hermandad Universitaria. La clave radica en aunar, desde la estética sobria que da carácter a esta tierra adusta y deprimida, la solemnidad del espíritu universitario, incluido el momento cumbre del Patio de Escuelas, con la fe más sencilla del pueblo. Los fundadores, hace setenta y cinco años, eran conscientes de lo que querían y plantearon un desfile penitencial digno a la par que austero, tomando las referencias etnográficas de la tradición religiosa del interior peninsular.

Referencias similares, con mayor arraigo, afloran en las cofradías centenarias. Las dos que mejor las han conservado son las congregaciones de Jesús Nazareno y la trinitaria de Jesús Rescatado. Ambas conservan el hábito antiguo y muchos elementos que, pese a la evolución, mantienen el sabor de lo añejo. La Vera Cruz, en torno a la cual encontramos el eje vertebrador de nuestra Semana Santa, no es capaz de esconder, en Viernes Santo y Pascua, las debilidades de su crisis secular. Sin embargo, el gusto de lo popular, con el Via Matris de los Dolores, y la hondura de lo penitencial, el Lunes Santo con la procesión del Doctrinos, dejan bien a las claras que, pese a todo, quien tuvo retuvo.

De las propuestas más recientes, Amor y Paz, pese a las filas menguantes, mantiene la esencia de un desfile revolucionario desde lo propio, con hábitos que crearon escuela y un sinfín heterogéneo de elementos etnográficos que, en la marcha penitencial del Jueves Santo, armonizan a la perfección. Su prolongación al cerrar la noche del Viernes Santo, con el entierro del Cristo de la Liberación, es uno de los logros más felices de nuestras procesiones de penitencia. La iniciativa de Daniel Herrero, más la asesoría de Andrés Alén y Rosa Lorenzo, dieron lugar a una marcha lúgubre de diseño en la que la provincia de Salamanca y el arte de la tierra se abren camino como en ninguna otra. En esta línea debe quedar también incluida la jovencísima Hermandad Franciscana, con una puesta en escena radicalmente austera en la que se alternan las referencias conventuales del franciscanismo con las de una Salamanca muy tradicional.

Hay otras procesiones con personalidad bien definida, pese a la marcada aculturación de alguno de sus rasgos. Por su seriedad destacan las del Miércoles Santo, el Flagelado, sobria y elegante, y el Yacente, con una estética logradísima en un desfile decididamente penitencial. Faltan muchas cosas, es cierto, pero no hay más espacio. Esta reflexión solo aborda uno de los muchos aspectos que podemos destacar en una Semana Santa plural y con muchos matices.

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