Acéptame la queja. ¿A qué edad una persona es vieja, obsoleta, caduca, añeja, fósil, decrépita, vetusta, anticuada o dilatadamente provecta?
Porque según he leído por ahí, la Organización Mundial de la Salud considera que una persona de entre 60 y 74 años tiene una edad avanzada, quien ande entre los 74 y los 90 es vieja y más allá de los 90 es de vejez avanzada. Pues no estoy de acuerdo con todos los señores y las señoras de tan respetable organización en su análisis. Me quedan muchas lunas llenas hasta el medio siglo y a veces me siento un ser muy, muy mayor.
No en el sentido físico, me siento genial, con vigor, más que años atrás incluso. Tampoco en el ámbito intelectual, sigo fresco. En cuanto a la gestión emocional, jamás tuve tanta madurez. Me entiendo y me quiero. Ahora bien, si tocamos el asunto de la interpretación de cómo nos está quedando la sociedad que habitamos… ¡Ay Señor! Llévame pronto.
De niño, gracias a mi intrépido padre, pasé un montón de tiempo entre adultos de distintas generaciones. Me llamaba poderosísimamente la atención lo repetido de un argumento de mayores; los jóvenes están fatal, valga como resumen.
Pasaban los años y nuevas personas, más jóvenes que las anteriores, volvían a musitar la misma cantinela. Años después surgía un nuevo relevo generacional. Creo ser miembro del actual recambio desde hace cierto tiempo. Pero con una salvedad, no me siento en la necesidad de hablar solamente de los jóvenes. Aun así, me hace sentir viejo, como lo eran aquellos primeros que atornillaron esas ideas en mi cabeza.
También incorporo un matiz personal y, oye, como es una opinión generalista, tienes todo el derecho del mundo a criticarla, a sentir incomodidad y por supuesto a blasfemar en la intimidad. Ah, el matiz, que se me escurre. Casi nada es peor, pero nuestra epidermis ha perdido grosor e impermeabilidad. Ese es mi análisis de bata y sofá.
Ni estamos ni somos fatales, con ámbitos de clara discusión, por supuesto. Es como si con la sociedad del conocimiento a la que hemos llegado, hubiéramos descubierto un sinfín de males, taras y enfermedades que de ninguna manera son de nuevo cuño. Descubrir. Manifestar algo oculto, quitar la tapa o cobertura para ver lo que hay dentro. Algo que siempre estuvo allí.
Queja. Resentimiento o disgusto que se tiene por la actuación o el comportamiento de alguien. Reclamación o protesta que se hace ante una autoridad a causa de un desacuerdo o inconformidad. Queja bien, matizaría yo.
Para las que me agotan, me irritan, me disgustan, para las que me hacen sentir en plena senectud y arrimarme al ascua de aquellos mayores a los que desafiaba desde mi absurdamente rabiosa juventud el pasado milenio no he encontrado definición. Se me ocurre el concepto de queja dérmica.
Aplíquese autocrítica y coraje cada 8 horas. Recúrrase a la reclamación. Ajustada a razón y en la ventanilla correspondiente.