Opinión

¿Qué modelo turístico quiere Salamanca?

Turistas en la Plaza Mayor. (Archivo)

La Semana Santa pasada ha visto el renacer del turismo en toda España en general y en Salamanca en particular. Las calles han sido invadidas por personas de todo tipo y condición: parejas, pandillas de amigos, grupos escolares, gente joven y, sobre todo, grupos familiares. Predominaba el turismo español, pero también era evidente el extranjero. Las calles estaban llenas, los comercios que suelen frecuentar los turistas estaban igualmente llenos; hoteles, bares y restaurantes colgaron el cartel de “no hay billetes”. En resumen: lleno hasta la bandera.

Para una ciudad que vive en gran medida del turismo el lleno es importante, especialmente después de lo sucedido durante y después de la pandemia. Que el turismo vuelva a Salamanca es una buena noticia para la ciudad sin ningún lugar a dudas. No obstante, hay que reflexionar acerca de la oferta que ofrece Salamanca y el turismo que atrae. ¿Tenemos un modelo turístico para el presente que sea sostenible para el futuro?

Estos días y debido a la gran cantidad de gente que nos ha visitado hubo momentos en los que resultaba difícil pasear por Salamanca, uno de sus principales atractivos. Una parte importante de las calles estaban ocupadas por terrazas y el espacio libre por el que paseábamos foráneos y locales era reducido, por lo que era inevitable sentir cierta sensación de agobio, una sensación que personalmente ya he sentido en el pasado en otras ciudades que se han convertido en receptoras del turismo de masas, como por ejemplo Barcelona, y que las ha llevado a cuestionar y reconducir este tipo de turismo. No es solo una sensación personal mía, algunos visitantes conocidos me comentaron que les encantaba la ciudad pero que había demasiada gente y la experiencia era poco satisfactoria.

El turismo es importante para la ciudad y, precisamente por ello, tenemos que cuidar a la gallina de los huevos de oro. Salamanca tiene que cultivar otras formas de turismo diferentes del turismo de masas y, cuando esto sucede, como por ejemplo la pasada Semana Santa, debe ofrecer espacio de calidad en sus calles, evitando por ejemplo que las terrazas ocupen toda la vía pública. A nuestros visitantes les gusta pasear con tranquilidad, deteniéndose en nuestros rincones recoletos, pudiendo levantar la vista y detenerse sosegadamente para ver nuestros monumentos, sin aglomeraciones y sin tener que pedir permiso constantemente para poder avanzar o dejar pasar para que avancen otros. Uno de los encantos de esta ciudad son sus calles, que llevan a los turistas desde un monumento a otro, pero si las calles se trasforman en aglomeraciones como pasillos de metro entre dos estaciones pierden gran parte de su encanto.

El turismo de masas se caracteriza por aglomerar un número elevado de turistas en los mismos sitios: barrios emblemáticos, monumentos, iglesias, … y tiene efectos negativos, produce daños ambientales, genera dependencia económica basada en malas condiciones laborales de los trabajadores del sector, aumenta la inseguridad y produce fricciones con la población local (termina por desplazar a los vecinos de los sectores en los que se suelen concentrar).

Por ello es importante que el volumen de turistas no exceda la capacidad de carga que Salamanca puede soportar sin alterar su equilibrio ambiental y social. Cuidemos pues a la gallina, no sea que por el ansia ilimitado de lucro inmediato de algunos de los sectores que viven del turismo, la gallina deje de poner huevos de oro y después tengamos que lamentarlo. Deberíamos conseguir entre todos que nuestros visitantes de hogaño sigan pensando como antaño el Licenciado Vidriera: Salamanca que enhechiza la voluntad de volver a ella a cuantos de la apacibilidad de su vivienda han gustado. Es importante que vengan, pero no es menos importante que vuelvan.

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