Hace honor a su segundo apellido: Alegría. Carmen Sánchez Alegría transmite contento durante toda la entrevista y eso que hablamos de pacientes, urgencias, pandemia,… Ella es médico de Urgencias y firma el libro: El amor es la mejor medicina.
Siendo médico de Urgencias, ¿no es un poco arriesgado decir que la mejor medicina es el amor?
¡Fíjate que no! Lo llevo practicando desde hace 32 años y veo que funciona. Además, puedo hablar en primera persona, porque me contagié de covid y vi como las palabras de cariño me ayudaban a sanar. Fui de los primeros contagiados, estuvimos muy malitos. Comprobé en mis carnes como un gesto, un ‘te quiero’, ‘ponte bien’,… incluso hubo personas que me decían ‘rezo para que vivas’, me llegaba al alma y eso me mejoraba. El amor cura.
¿Vivimos peor sin amor?
El amor es la esencia misma de la vida. Cuando digo amor, no me refiero solo a la pareja, que también es importante, me refiero a todo tipo de amor, al que puedes tener a tu profesión, amigos, mascota,… cualquier cosa que te mueva. Cuando pones la atención en la persona o en aquello que amas, lo tuyo se olvida, pasa a un segundo plano.
¿Por ejemplo?
He visto pacientes que se han dado cuenta que estaban enfermos cuando han dejado de cuidar a su pareja, hijos,… y de repente, les salen las 17 enfermedades mortales de necesidad y se van detrás. No sé si vivimos más tiempo amando, pero sí que lo hacemos mejor y más felices con amor.
¿Qué nos perdemos si no amamos?
Los mejores momentos de la vida, que son gratis…
También lo es el estrés.
Sí, pero discrepo un poco. El estrés es muy caro y pasa mucha factura.
Me ha entendido.
Sí. Sé a qué te refieres. Nos están vendiendo la felicidad en forma de cosas caras.
¿Se puede comprar la felicidad?
Ahora está de moda eso de: ‘Hay que ser feliz’, pero es de cara a la galería. Creo que la felicidad es la capacidad de tener la suficiente serenidad para ser feliz cuando hay que aplaudir y decir: ‘ole, ole, ole y me como el mundo’, y aceptar la tristeza. Nacemos con la capacidad de estar tristes. Nos venden lo otro y no nos dejan expresarlo. Somos felices cuando somos capaces de abrazar la tristeza en los momentos en los que la vida nos da motivos para estar tristes. La serenidad para decir: ‘ahora estoy triste, abrazo la tristeza, la incertidumbre’. Me repliego y cuando sea feliz, a por ello, con la misma energía, con la misma capacidad. Pero, hay que tener espacio para aceptar la tristeza y la ira, que también nacemos con ella.
Creo que si no aceptas la tristeza, es imposible aceptar la alegría, porque no la conoces.
Efectivamente.
Carmen, dice el refrán que ‘para casar y vender, solo hace falta abaratar’. ¿Qué calidad tiene que tener el amor?
Eso que nos venden no es amor. Son un reflejo de la sociedad, por eso las cosas van como van. Nos enseñan que tenemos que estar con alguien y nos enganchamos a algo que, a veces, no es ni siquiera de nuestra talla. Hay como una especie de necesidad. El verdadero amor no tiene nada que ver con eso.
Explíquese.
Te puedo hablar en primera persona. Me casé con más de cuarenta años. Tenía un lema: ‘Si cambio de estado civil, será para mejorar’.
Me imagino que lo hizo.
Me costó, porque como vivía como una reina, no me mejoraba nadie.
(Risas)
Me enamoré de la sabiduría de mi marido y me casé. Él también había hecho su propio trabajo. No dependía de nada para ser feliz, para vivir. Cuando es así, la cosa va bien. Pero, si te casas para que te digan: ‘¡Qué guapa eres! ‘¡Qué bonito está esto!…’ El día que no te lo dicen, te falta algo. Caer en manos de otra persona es muy peligroso y eso no es amor. Eso es dependencia.
Fírmenos una de sus recetas.
Receto abrazos y algunos me dejan las lágrimas en el hombro ¡No importa! Receto sonrisas, paseos por la playa, si se puede, contemplar una puesta de sol,… eso de lo que hablábamos que es gratis. También, respiraciones
Para relajar.
Sí. Raro es el día que no tenemos pacientes con crisis de ansiedad y cada vez son más jóvenes.
¿Sí?
Sí. Niños de once años acompañados por sus padres, que me exigen que le ponga un tranquilizante en vena al pequeño.
¡Qué pena!
Sí. Pero, es fantástico enseñar a esos niños a respirar y darles las herramientas para que no les vuelva a pasar, porque si se acostumbran con once años a que esa crisis solo se le pasa con una pastilla, imagínate. Enseño a respirar, a sonreír, también recomiendo libros. Ahora recetaré el mío. (Risas) y los de mis colegas que a mí me han ayudado. Y, si hace falta, receto los antidepresivos, antiarrítmico,… pero incluso estos químicos dados con cariño, hacen más efecto. Cualquier medicina recetada desde el cariño hace el triple de efecto.
Tiene una especialidad muy dura. Son los guardianes de la puerta del hospital, por donde entran desde el catarro hasta el infarto.
Sí. Tiene algo estupendo, me permite el cuerpo a cuerpo; el tú a tú; el dar la mano. No tengo presión de que tengo que ver a un paciente cada cinco minutos. Si merece la pena puedo estar una hora con un paciente. Cuando llega un politraumatismo hay que correr, pero enseguida pasa de Urgencias a Traumatología, a quirófano. Los otros son los que necesitan medicina para el alma. Esos son los que mejor me hacen sentir. Cuando das un abrazo también te enriqueces.
La oxitocina.
Cuando estoy a las cuatro de la mañana, cansada,… si te dan o das un abrazo, recuperas y tiras pa’lante.
De las últimas charlas que mantuvo con su padre, los besos y abrazos formaron parte de la conversación. Estaba inquieto porque, al ser usted de expresarse así, lo iba a pasar mal en pandemia. ¿Cómo eran esos besos y abrazos tras una mascarilla, con buzo,…?
Los de la pandemia fueron con los ojos, con gestos, un apretón en el brazo con los guantes puestos y a la vez diciendo: ‘Tranquilo, no va a pasar nada’. Cambié los abrazos por las palabras dulces. Tuve a mi padre presente en cada uno de esos gestos, porque esa fue la última pregunta que me hizo antes de marcharse.
¿Qué le contestó?
No lo hice. No me la tomé bien, me pareció que venía en plan ‘avispa cojonera’ (Risas) Me fui corriendo porque estaba de guardia. Me contagié esa misma tarde y no lo volví a ver.
Triste.
La vida es tan generosa que me dio la oportunidad de acompañar a un paciente que era amigo de mi padre. Estuve con esta persona, le di la mano, porque la familia estaba contaminada y no pudo estar con él. Tenía una espinita clavada con lo de mi padre, murió a 600 kilómetros de donde estaba yo, pero ayudé a irse a uno de sus amigos.
Una forma de vivir el duelo.
Cuando era muy niña, mi padre me decía: ‘con ese genio que tienes, no sé qué médico vas a ser’. (Risas)
¿Qué dijo después?
Se sentía muy feliz y orgulloso. Sentía que la medicina del alma, como digo yo, era muy curativa.
*** Carmen Sánchez Alegría presentó El amor es la mejor medicina acompañada por su amiga Isabel Jiménez Franco en la librería Víctor Jara. Llevan siendo amigas desde los seis años, ambas son médicos.