Opinión

O yo o el caos. Manual de urbanidad para políticos

Apretón de manos en la Plaza Mayor.

Se supone que los políticos son personas normales, como usted y como yo, que se comportan como tales y, si se me permite la licencia, como personajes públicos representantes de los ciudadanos que son, deberían comportarse mejor incluso que usted o yo.

Es lógico que un político se muestre públicamente contento de los éxitos del programa con el que se presentó ante los ciudadanos pidiendo su voto y que se atribuya el mérito de haberlo conseguido, pero sin una jactancia excesiva, queda poco elegante. En sentido inverso echo de menos la autocrítica en el rendimiento de cuentas cuando no consigue los objetivos prometidos.

Es menos lógico que cuando otros políticos rivales platean propuestas que parecen razonables utilicen todo tipo de razonamientos, incluso peregrinos, usando la mentira y la desinformación como modus operandi de descalificación y es muchísimo menos lógico que a posteriori se trate de apropiar de los éxitos ajenos (que también sucede).

No es lógico que cuando un rival político tiene razón, y a posteriori los hechos lo demuestran, no se le reconozca el mérito y se alegre públicamente por los beneficios que dicho éxito puede haber supuesto para los ciudadanos, o al menos mantenga un prudente silencio. Reconocer y felicitar al rival, aunque a veces cueste,  es elegante. No recuerdo que haya sucedido nunca en la política local, autonómica o estatal: lo habitual es negar el pan y la sal o quizás será que yo no estoy suficientemente atento.

No es nada lógico culpabilizar a los rivales de los fracasos propios, una práctica muy extendida desde ayuntamientos, comunidades autónomas y gobiernos que están acostumbrados a culpabilizar a unos u otros de sus propios fracasos. En esta actitud no es que exista falta de autocrítica, es que hay una clara voluntad de acusar a otros con tal de auto-exculparse. Es aquello de ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio.

Es completamente ilógico, absolutamente ilógico, que los ciudadanos premiemos comportamientos inadecuados de políticos faltos del respeto más elemental que debería regir las relaciones personales de quienes dicen representarnos.

Hoy hablamos de las personas. Otro día, si eso, hablamos de los programas.

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