Voy a tirarme piedras sobre mi tejado e, incluso, a mostrar incoherencia en algún punto. Quien escribe estas líneas es guía oficial de turismo y vive de esta actividad en gran medida. No obstante, antes que mi condición de profesional del sector turístico antepongo mi formación y mi dedicación en el campo de la cultura, en el de la investigación y socialización de la historia más específicamente. En mi responsabilidad humanística se halla, por tanto, la precedencia de la rentabilidad social frente a la económica.
Volví a Candelario en los días previos a la Semana Santa para refrescar algunas cuestiones patrimoniales y logísticas de la villa de cara a una visita que en días posteriores realizaría con un grupo procedente de Granada. Cuando llegué, Candelario estaba tranquilo, apenas rompía el silencio el agua de las regaderas y algún “buenos días” de los vecinos con los que me cruzaba. Reinaba la amenidad de la primera hora de la mañana.
El contexto era ideal para hacer unas fotos, releer la señalética repartida por los diferentes rincones del pueblo y aprovechar para admirar la escalera del extraordinario edificio del Ayuntamiento y el interior de la Iglesia parroquial, abierta por estar unas mujeres preparando algún paso para los días venideros. Después de este primer paseo, paré a tomarme un café y un pincho de tortilla en el Hogar de la Tercera Edad, en la placita en la que interseccionan las calles del Río y Perales. La conversación con su dueño me sacó del bucolismo en que me hallaba hasta ese momento y me dio el golpe de realidad. “Candelario se despuebla a pasos agigantados”.
El caso es que la afirmación no me sorprendía, puesto que la dinámica del ámbito rural alejado de los grandes centros demográficos e industrializados es el vaciamiento poblacional. Pero, conociendo la historia candelariense y la del antiguo ducado de Béjar, la situación resulta más triste si cabe. Conocido es que esta zona gozó de un esplendor inaudito entre mediados del siglo XVIII y las primeras décadas del siglo XX cuando la industria chacinera en Candelario y el textil en Béjar dieron altas cotas de prosperidad económica y resonancia nacional a este rincón salmantino. Aquel tiempo quedó atrás.
Tras el café me dirigí a la oficina de turismo para charlar un rato con su encargada. Ya se veía más movimiento en la villa. En efecto, el sector turístico es lo que mantiene hoy algo de vida en Candelario, si bien con una inercia un tanto peligrosa. La propia orografía, el entorno y el excepcional estado de conservación de su arquitectura tradicional -chacinera-, son razones más que suficientes para que millares de personas sigan acudiendo a Candelario todos los años. No obstante, se trata de un turismo de cantidad, que apenas pasa un par de horas en el pueblo y, a veces, siquiera deja dinero. Este tipo de turistas express seguirá creciendo, ahí está el peligro. Y Candelario se convertirá en un parque temático. Y entonces ya será tarde.
La nieve ni está ni le espera en demasía en los próximos tiempos, lo que resta cierta clase de visitante más cercana al concepto de viajero, no tanto de turista, es decir, personas que suelen recalar más tiempo en el pueblo, pernoctar y gastar más recursos económicos. Pero, como decimos, se acabará La Covatilla como lo hizo en su día la manufactura chacinera. Y urgen alternativas.
Y la alternativa debe pasar inevitablemente por proyectar un futuro teniendo como eje a la población local, no a la visitante. Candelario dispone de recursos suficientes para equilibrar la balanza, con el manifiesto patrimonio, la fama nacional y la cercanía y buena comunicación que suponen un enclave urbano como Béjar y una autovía como la de la Plata. Parte, por ende, de una situación ventajosa si la comparamos con el resto de pequeños pueblos castellanos y leoneses.
Tal vez habría que mirar al pasado para afrontar un futuro no solamente turístico. Volver a los orígenes pastoriles y manufactureros de los candelarienses. Los pastos de alta montaña cada vez serán más demandados en el contexto de crisis climática que seca las dehesas y la manufactura de productos cárnicos que apuesten por la calidad que imprime el entorno, en extensivo y ecológicamente, puede ser una solución al decrecimiento poblacional. Que las formas de construir en Candelario se extiendan por otros pueblos de la comarca, con especialización en arquitectura tradicional, podría ser otra. Es, además, el pueblo ideal para teletrabajar. Pensar en el futuro mirando al pasado, creemos que ahí está la clave. Que no se apueste únicamente por el turismo, porque se morirá de éxito.
Al cabo de unos días, regresé con el grupo granadino. Apenas estuvimos dos horas. Esa es mi incoherencia. Eso sí, insté a los turistas a empatizar con el mundo rural, a tomarse el café o comprar chorizos, como mínimo. Y les transmití estas mismas reflexiones que he plasmado aquí, por si cala.
Por. Juan Rebollo Bote
Lusitaniae – Guías-Historiadores