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Opinión

La radio

Una radio de finales de los años setenta. Pixabay.

La banda sonora de mi vida y, posiblemente de muchas otras vidas, la ha compuesto la radio; tan es así que mi vida no sería la misma sin ella. En Salamanca, de niño, se podían escuchar tres emisoras: Radio Nacional, Radio Salamanca y Radio Popular, estas dos últimas estaban obligadas a conectar a las 14.30 con la primera para transmitir el “boletín” de noticias del régimen. Aún resuena en mi cerebro la sintonía musical de dicho boletín, fueron muchos días durante muchos años. No se podía escuchar porque estaba “rigurosamente prohibido” Radio España Independiente, Radio Pirenaica, la voz de la esperanza antifranquista en palabras de Luis Zaragoza Fernández, pero se escuchaba con el volumen muy bajito y la oreja pegada a la radio para que no la oyeran los vecinos. En aquel tiempo el único libre era el miedo.

De aquella época infantil recuerdo como la sintonía y los consejos llenos de moralina del Consultorio de Doña Elena Francis salían por las ventanas de las casas mientras los niños jugábamos a la pelota en la calle y recuerdo también un programa nocturno Ustedes Son Formidables en la maravillosa, cálida y seductora voz de Alberto Oliveras. La sintonía del programa, la “Sinfonía del Nuevo Mundo” de Dvo?ák, nos congregaba a toda la familia alrededor de la mesa camilla para escucharlo. Recuerdo especialmente el que se emitió en enero de 1959 tras la catástrofe de Ribadelago en la que fallecieron 144 de los 532 habitantes del pueblo al ser arrasado por la riada que produjo la rotura de la presa de Vega de Tera. Cinco añitos tenía, pero Alberto Oliveras conseguía llegar al alma de niños y mayores.

Otros recuerdos infantiles de la radio están ligados a los “discos solicitados” que se emitían previa petición en cumpleaños: “Hoy cumple mi niña un añito más”, por Perlita de Huelva, o la despedida triste de madres y novias que solicitaban y dedicaban “El emigrante”, de Juanito Valderrama a sus seres queridos que emigraban a Alemania en autobuses destartalados que salían de la Puerta Zamora, o en viejos trenes (cuando Salamanca aún tenía trenes que la conectaban con Europa).

Cuando me fui a estudiar a la Universidad Laboral de Alcalá de Henares con quince añitos un transistor Grundig, regalo de mi hermana Cristina, me acompañó y ayudó a sobrellevar el exilio académico y personal. En la Laboral solo teníamos tiempo para escuchar la radio por la noche, al acabar la larga jornada de estudio y talleres. De aquella etapa recuerdo el impacto que me produjeron en 1970 The Beatles con “Let It Be”, que se convirtió inmediatamente en la canción de mi vida y también escuchar bien avanzada la noche, de madrugada, a Paco Ibáñez invitándonos a “Galopar” o a salir a la calle con “España en Marcha”. Eran años de efervescencia cultural y política y la radio seguía ahí.

Fueron pasando los años y la radio continuaba a mi lado, apareciendo nuevas emisoras, fundamentalmente de contenido musical que fueron labrando mis gustos musicales. Los malogrados Cecilia y Nino Bravo, Serrat, Sabina, Pablo Milanés y Silvio Rodríguez,… me mantenían atado firmemente a la radio y alejado de la televisión. La radio también nos llevó a muchos a apreciar el flamenco que hasta entonces habíamos denostado por identificarlo, erróneamente, con el régimen franquista, desconocedores de la relación de muchos cantaores flamencos con la generación del 27 y con la República. Después vinieron Camarón de la Isla o Manuel Gerena a demostrarnos nuestro error y apreciamos el flamenco también de la mano de la radio. Manolo San Lúcar o Paco de Lucía con la guitarra o Felipe Campuzano con el piano hicieron el resto.

Por aquellos años, la información política y cultural tenía para mí un referente con Iñaki Gabilondo, primero en Hora 25 y después en Hoy por Hoy. Antes de emitir cualquier juicio esperaba a ver la opinión de Iñaki. Si lo decía Iñaki era palabra de Dios, aunque cuando se fue a televisión no consiguió arrastrarme, seguí fiel a la radio. Inolvidable el papel de la radio la tarde y la noche del 23F para frenar el golpe de estado.

Puedo dar fe que mi vida, e incluso mi forma de pensar hubieran sido completamente distintas si no hubiera tenido siempre a mi lado una radio y, especialmente en los momentos de soledad que jalonan nuestras vidas y que nunca nos abandonan del todo, ni siquiera en los mejores momentos. Ya de mayor he utilizado la radio para llenar el silencio de la noche producido por el insomnio propio de la edad que hace que las noches se alarguen sin fin. Programas nocturnos como Hora 25 con el inolvidable Carlos Llamas, la pugna entre García y De la Morena en la información deportiva y periodistas excepcionales como Gemma Nierga, con Hablar por Hablar, ¡cómo te echamos de menos Gemma!, han ido rellenando los desvelos de mis noches. Después vinieron Mara Torres, Macarena Berlín y ahora Roberto Sánchez y Si amanece nos vamos.

Así ha sido, así es y así será. Larga vida a la radio.

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