Que hay unos días mejores que otros, nadie lo pone en duda. Que siempre habrá alguien con más dificultades que tú, con seguridad que será así. Que la vida da muchas vueltas, las da sin dudarlo.
No seré yo quien hable o no de rachas, en las que créanme soy experto de tanto entrar y salir de ellas, pero hay rachas que dejan de serlo cuando se trata de niños, niñas, adolescentes y por ahí no puedo pasar.
Se celebra el Día Internacional del Acoso Escolar este 2 de mayo y seguimos sin nada que celebrar, cuando lo que cambia son las vueltas al sol que lamentablemente unos no podrán cumplir porque ya no están y otros lo harán pagando si es que pueden, psicólogos de por vida que cumplan años con ellos, mientras tratan de salir a flote en un mundillo en el que una sola mirada puede volver a llevarlos al más negro abismo.
Seguimos viendo maldades en niños, niñas y adolescentes, pero si algo es vergonzoso son las bajadas de pantalones que muchos adultos siguen teniendo ante esto, aunque se trate de un menor de por sí vulnerable y haya una Ley que obligue a proteger y a denunciar la desprotección que sufre cualquier menor.
Pasan los días, los años y para muchos la vida se detiene en primaria o secundaria, cuando antes o después, se les para la infancia o la adolescencia ante la pasividad, las tortas o a golpe de like.
El acoso escolar campa y lo hace a sus anchas, mientras las cosas de críos se siguen exculpando. Se sigue echando la culpa a las víctimas por no defenderse o por hacerlo y aquí tenemos otra excusa perfecta. Ahora la culpa es de quien se defiende también y ante eso levantamos el dedo como en la antigua Roma y lanzamos un veredicto ‘culpable’, sin saber siquiera de que va la ‘vaina’, como dicen por ahí.
La teoría es estupenda, para plasmarla en un papel, pero a la hora de la verdad la soledad y la impotencia son los compañeros que seguirán acompañando en un camino lleno de piedras, de abandonos y de decepciones.
Salta hoy a la prensa, en vísperas del Día internacional, otro suicidio en Gijón por presunto acoso escolar en una persona mayor de edad, que apenas empezaba a vivir con una carta de despedida escrita de su puño y letra en la que habla del acoso escolar sufrido en su infancia por parte de compañeros de aula, mientras pide que esto acabe ya.
Tenía un nombre: Claudia, una familia que la estaba buscando por miedo a que hiciera lo que había anunciado ya y una vida por delante que nunca le permitieron vivir. La paz que anhelaba y la pesadilla cruel en la que vivía envuelta tratando de salir de un abismo en el que la metieron otros, han sido cómplices de un destino que no era suyo. Ya no habrá cumpleaños, ni navidades, ni verá como la silla vacía que deja llora la ausencia de quien antes ocupaba ese espacio, mientras los verdaderos culpables siguen su vida como si no fuera con ellos. Mañana se habrán olvidado de su nombre, de su cara y de una vida que han condenado a la tortura y a la muerte ante la impunidad, una vez más, de quienes tienen la potestad de una vida prestada.
¿Cuántos más les hacen falta para que sean conscientes de la sociedad de inhumanos que estamos dejando? ¿Cuántos más quieren sobre una conciencia sobradamente demostrada que no tienen? ¿Cómo dicen tener empatía ante algo que nunca han vivido, ni les ha importado?
Suma y sigue ante un país que hoy me avergüenza una vez más y ya saben porqué.