El ciclo expositivo de Salamanca tiene una cita anual en Calvarrasa de Arriba. Suele comenzar en primavera, en torno a la Pascua, y se mantiene por tiempo indefinido, «hasta que los autores se lleven las obras», dice con sorna su promotor, aunque la clausura es habitualmente en otoño. Y con la actual ya van, ni sabe cuántas, alrededor de treinta.
Lo más sorprendente es el espacio, la iglesia de San Pedro. El párroco, José Ramón Campos, junto a varios feligreses comprometidos con la evangelización desde el arte, han transformado el templo en sala de exposiciones permanente. Al principio llama la atención, porque no es lo mismo organizar una exposición en una iglesia que convertir la parroquia, abierta al culto, en sala de exposiciones. La idea es original a la vez que controvertida, aunque con el tiempo todo se asume. Aun así, las opiniones son opuestas, comenzando por el propio clero, profundamente dividido en casi todo. Este año expone el zamorano Fernando de Dios, que bajo el epígrafe Et in principio presenta una muestra de sus últimas pinturas y esculturas abstractas.
Ideas similares hay más. El arte, del tipo que sea, siempre comunica algo, pues la pieza expuesta, despojada de contenido, quedaría en una demostración de pericia o dominio técnico. El arte religioso o sacro se concibe con la finalidad de transmitir un mensaje de esperanza. Moncho, el párroco promotor, va un poco más allá y para él «el arte siempre es espiritual y trasciende la materialidad». El arte puede ser siempre espiritual, entiendo, cuando se contextualiza para serlo. El portentoso crucifijo de don Fernando y doña Sancha, pura expresividad románica, en el Museo Arqueológico no ayuda mucho a trascender. Y, sin embargo, las abstracciones de Lucio Muñoz en la Basílica de Aránzazu, por el espacio que ocupan, favorecen la experiencia espiritual.
Tomás Gil, el otro cura de la diócesis que predica la buena nueva desde el arte, lleva años, junto a Juan Andrés Martín, realizando encuentros, documentales y exposiciones, a mayores del no reconocido museo diocesano. Estas iniciativas comparten la idea de José Velicia, que en 1988, junto a José Jiménez Lozano, inició el afortunado ciclo expositivo de Las Edades del Hombre para comunicar una y otra vez el mensaje de esperanza. En la Sierra de Salamanca, con marcada orientación etnográfica, Antonio Cea ha realizado varias exposiciones conocidas popularmente como «Las edades de la Sierra». Y luego están las de Calvarrasa, «Las Edades de Moncho», que alguna recriminación calatraveña le han costado ya.
Le dicen, a Moncho, que menos arte y más catequesis, aunque en la exposición te lea la Biblia para comprender el significado de las piezas expuestas. Pero siempre ha sido así. Es el sino del arte religioso, sacro o simplemente espiritual, que exige una apertura de mente que no posee cierto sector del clero. Desde el cizañero cardenal de Cesana, inmortalizado por Miguel Ángel en la Sixtina como un burro entre los condenados, siempre ha habido un rechazo a la expresión artística que se sale del molde pastoral. La filípica del cesante ante la osadía de representar a santa Teresa consagrando en la exposición de Calavarrasa en 2015 fue memorable. Le salvó que Alén, el artista irreverente, es un bendito y carece la leche agriada del Buonarroti…