Los vecinos del barrio de Labradores y muchos clientes más del resto de Salamanca conocían muy bien el humor de Amadeo, propietario de Copistería Fabrés. Por eso, al leer el cartel pegado en su trapa: «Cerrado para siempre por jubilación», habrán sonreído.
Amadeo llevaba más de treinta años en el barrio. Tuvo una fotocopiadora en la laberíntica entreplanta de uno de los edificio de Sánchez Llevot. La cola de estudiantes, sobre todo por estas fechas, era tal que las escaleras que daban acceso a la fotocopiadora estaban repletas de universitarios con ganas de llevarse los folios de otros compañeros impresos en negro.
De este minúsculo habitáculo, donde cogían dos fotocopiadoras, el mostrador y Amadeo. Pasó a la calle Rodríguez Fabrés, un local más amplio y, quizá, adoptó el nombre.
El último local fue el de Gil de Ontañón. Todos los establecimientos tenían una peculiaridad. Había viñetas en las paredes, anuncios de alquiler de pisos y de clases particulares y periódicos y revistas para que los clientes, mientras Amadeo les hacía las copias, se entretuvieran si querían.
Conocía a su cliente por el nombre y su voz era tres o cuatro tonos más alto de lo normal. Era un referente en el barrio.