Opinión

¿Por qué votar?

En tiempo de elecciones los candidatos nos ofrecen a los ciudadanos una lista interminable de promesas, tantas como los incumplimientos de los programas presentados cuatro años atrás. Ante esta realidad ¿Cómo debemos actuar los ciudadanos? En mi opinión a la hora de votar caben distintas posibilidades.

La primera de todas es la de los convencidos de una de las opciones, los que tienen claro su voto de antemano. Constituyen el suelo electoral de un partido, suelen ser militantes o simpatizantes de alguno de los partidos que se presentan o de los propios candidatos. No necesitan valorar que han hecho durante los cuatro años previos, tampoco necesitan leer las propuestas que incluyen en su programa. Para ellos todo es muy sencillo: votan a los que votan siempre y ya está, sin complicaciones. Son filias políticas y electorales.

La segunda de las opciones es la de aquellos que votan ‘a la contra’, igual que a los que integran el primer grupo no les importan tampoco ni los programas ni los candidatos. No tienen una opción claramente preferida, simplemente votan en contra de, y eso implica votar a la opción opuesta. Son más fobias políticas que electorales, que también.

Existe un tercer grupo de votantes cuyo voto puede oscilar entre dos opciones próximas y en quienes, más que los programas, influye el ambiente social de desinformación creado por los medios de comunicación, especialmente la televisión, en el caso de los adultos, y cada vez en mayor medida las redes sociales en el caso de los jóvenes. En ese sentido votan a favor de la corriente sin saber muy bien hacia donde le arrastra la marea mediática. Tristemente este grupo suele ser mayoritario.

Existe un cuarto grupo de electores a quienes no le convence ninguna de las propuestas: todas ellas le parecen insuficientes por un motivo u otro. Este tipo de votante más exigente, sensibles especialmente a la ética y a la corrupción, suele ser más frecuentemente de izquierdas. Quieren más y mejor compromiso de los políticos y les cuesta perdonar a los ‘suyos’ los incumplimientos, errores o decepciones del pasado, son simpatizantes o votantes mayoritariamente decepcionados. Dentro de este grupo hay, a su vez, dos subgrupos.

El primero está formado por aquellos que, conscientes de que su abstención puede provocar directa o indirectamente un mal mayor, deciden votar ‘con la pinza en la nariz’ a favor de un partido o candidato que no les convence del todo, al que consideran como el menos malo o como la elección de un mal menor: es embarazoso y triste que nadie represente la mayoría de los valores que uno defiende. El segundo subgrupo es el que opta por la abstención para mostrar su rechazo a todos los políticos y al mismo sistema, actitud con la que paradójicamente refuerzan a los partidos de ideología e intereses contrarios a los suyos, con los que no se identifican en ninguno de los casos.

La decepción con los partidos y la decepción con los políticos envuelve a una parte muy importante del electorado, pero en situaciones de polarización como la actual, en las que está en juego incluso la democracia, es imprescindible ir a votar, con o sin pinza. En este caso son elecciones municipales, pero el voto se va a interpretar también en clave nacional por lo que todos y cada uno de los votos tienen importancia ya que, independientemente de los concejales que acaben conformando un ayuntamiento, cosa que no es baladí, los votos que algunos consideran ‘inútiles’ por no influir en la conformación final de las corporaciones, tendrán peso para valorar la fuerza nacional de esas opciones minoritarias. Así se va a leer después de estas elecciones.

Valorar todo el conjunto de circunstancias que envuelven estas elecciones es una cuestión que afecta a todos y cada uno de nosotros, sopesar la mayor o menor utilidad del voto en clave local es importante para conformar mayorías que puedan gobernar, pero en todo caso es importante no quedarse en casa. Votar con o sin pinza en la nariz depende de cada uno de nosotros, pero es muy importante que todos vayamos a votar.

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