El pueblo celebra durante todo el año, aunque en algunos momentos del ciclo festivo las fiestas se concentran. Esto sucede claramente en torno a la Pascua de Pentecostés. Solo en Salamanca capital, por estas fechas, hemos tenido las novenas y procesiones del Cristo de los Milagros, la Virgen de la Encarnación y la Virgen de la Salud. Y, aunque el calendario siga otro cauce, han coincidido, además, las celebraciones de María Auxiliadora y el rosario de la Aurora, que también tienen su procesión. La Virgen de la Salud, en Tejares, es la que más devotos arrastra. Tanto exige su organización, que el párroco, José Luis, a pesar del pluriempleo y sus mil obligaciones, en estos días solo vive para ello.
En la provincia tampoco faltan las romerías. En estos días tenemos las de Valdejimena, en Horcajo Medianero, la Virgen de los Remedios en Villanueva del Cañedo y el Cueto en Matilla de los Caños. Antes hubo otras, comenzando por la Virgen de los Remedios de Buenamadre y el Cristo del Monte de Alaraz, que este año luce esplendoroso tras la acertada restauración a la que le sometieron las Cármenes, Fernández y Diego. En el horizonte aparece, ya al final de la primavera, el Cristo de los Cristos de la Charrería, que es Cabrera. «Y al salir de la ermita / al esplendor del campo, / llevando en la retina / del tosco Cristo los tendidos brazos». Así recordaba Unamuno su visita a las Veguillas y la devoción «al pobre Cristo / amasado con penas, / al Cristo campesino / del valle de Cabrera».
Las celebraciones populares que siguen a la Semana Santa arrastran multitudes. Creyentes e impíos responden a la llamada de la Tierra que suscita la devoción a una imagen cristológica o mariana. Por no hablar del Rocío, que concentra todos los años a más de un millón de romeros. Con todo lo que hay por medio, el debate se repite cada año. ¿Religión o superstición? ¿Piedad o tradición? Pues un poco de todo. De no ser así, no funcionaría.
Para la Iglesia más alineada con la ortodoxia, todas estas celebraciones están demasiado contaminadas por el polvo del camino. A muchos presbíteros les brota la erisipela cuando se aproximan estas fiestas. El mismo Corpus, cuyos fundamentos son litúrgicos, se rodea y hasta reviste de componentes lúdicos que nada tienen que ver con lo eclesial. Ahí están los Hombres de Musgo en Béjar o los festejos taurinos de Ledesma y Vitigudino.
Quizás por ello, porque semejante eclosión de muchedumbres e inercias fuertemente arraigadas en la celebración son imposibles de controlar, el clero ha sentido pavor ante la religiosidad popular. De ahí los intentos de domesticación, aunque eso sea imposible. El obispo Braulio se enfrentó a Vitigudino por el Corpus y salió escaldado, corriendo por patas. Y los párrocos actuales, que de tanto levitar se olvidaron de pisar el suelo y a todo ponen trabas, se opusieron, como era de esperar, a la nueva procesión de la Borriquilla. Por supuesto, acabaron tragando y Viti tiene ya su procesión popular de Ramos. Al pueblo no se le ha doblegado nunca, porque defiende con uñas y dientes su celebración. Es así. En esta tierra nos quitan todo y aguantamos mucho, pero la fiesta no se toca.