Estoy, más que mosqueado, intranquilo. Tengo un sin vivir que me paraliza las menguadas entendederas ante el desprecio sufrido por quien menos me lo esperaba.
Aunque ejercité mi autoconvencimiento en que no somos más que meros transeúntes ocasionales de las aceras, el ultraje que he sentido duele como un puñal inmisericorde clavado a destiempo con nocturnidad y alevosía. Algo que ya a estas edades de la parsimonia, donde las cosas comienzan a tener escaso valor, duele, duele que te hieran con la indiferencia.
Oye tú, que ni un sobre a mi nombre llegó al buzón con algún tipo de propaganda electoral, mientras obtenían ofrecimientos y promesas de todo tipo el resto de la familia.
Y claro, hice mil cábalas, suponiendo que a ver si por falta de pasta han sorteado a los votantes y como uno en esto de rozar la suerte vive en permanente lejanía, pudiera ser que no me hubiese tocado el sobrecito de marras.
Por esta razón llamé a la Petri el día de reflexión, para hacerle saber que ni los suyos funcionaban a la hora de captar votos. Es que ni acababa de colgarme el teléfono de malas maneras y ya estaba sonando el timbre de casa:
-Creí que te habías enfadado.
-Ni mucho menos, aquí tienes sobres cerrados con la papeleta dentro para que no gastes saliva y toda la información del único partido al que le tienes que agradecer muchas cosas.
– Pasa mujer que se van a enterar los vecinos de tus preferencias…
– Me importa un pepinillo de Pamplona lo que estos digan, que bien sabemos a quienes votan.
– Pero Petri, es que yo no lo tengo claro y la gente a la que votaría a lo mejor no está en estos sobres.
– Pues nada majo, sigue apoyando a los de siempre y que siga la misma burra trillando el trigo.
– Petri, es que me dan todos igual…
– No hay más que hablar; dame los sobres, que prefiero quemarlos antes de que tú los tires a la basura. Por algo no has recibido nada de nadie, hasta los fachas te tienen en la lista negra. Así que sabes una cosa, ¡jodete!
Cuando entró en su casa, pegó tal portazo que, alarmados, los vecinos salieron para preguntar qué pasaba, pero al oír las voces de la Petri y lo que le decía al pobre gato, corrieron como conejos buscando la hura.
–Si ya te lo he dicho, que esta gentuza se merece lo que tiene y mucho más. Pues tú y yo votamos a Pedro, porque es guapo y porque no hay nadie que luzca los vaqueros como él. ¡Envidia es lo que tienen! Y bájate de la mesa que te rompo la crisma, que ya me gustaría saber a quién votarías tú si pudieras hacerlo.
Las voces siguieron durante un buen rato. Miré mi tarjeta del censo y perfectamente, como siempre, tenía los datos electorales que me permitirían al día siguiente ejercer mi derecho.
Pero, por otro lado, esa desconsideración en borrarme de los listados del propagandeo, me tenía tan cabreado que pensé en irme a la sierra a seguir reflexionando conmigo mismo.
Ya en la cama, se me empezó a cruzar la compra venta de votos y una mala sangre me tromboficaba los sentidos.
Seguramente la voz democrática, que sigue en las entrañas viva, me despertó el raciocinio, pidiéndome que me tapase las napias y cerrase las puertas del corazón, para que despertase de algún modo dentro de mí el sentido común.