Opinión

En boca cerrada no entran moscas

Una mosca. Imagen de Sandeep Handa en Pixabay

A mitad de café y de conversación, se apoyó en la muletilla para descerrajar un “en boca cerrada no entran moscas”. El refranero tiene esa mítica virtud de caer de pie independientemente de la altura desde la que sea arrojado.

Tras unos larguísimos 4 segundos de pausa, dando un último sorbo manó la respuesta;

– No soy idiota, ya sé que en boca cerrada no entran moscas. Que lo no dicho me protege de una respuesta con filo. Que mientras mi voz conserve su gaseoso estado de imaginación o pensamiento podré caminar descalzo porque el agua de los charcos será cristalina. Pero si decido mantener mis labios sellados, ¿qué será de las mariposas que no paran de aletear en mi estómago? –

Los siguientes 4 segundos fueron más largos aún. Había que devolver esa bola caliente.

Ay qué bien si supiéramos por adelantado el momento preciso en el que callar y el adecuado en el que lanzar todas las preguntas que nos habitan, todas las certezas que sabemos que nos dan picotazos cuando las mantenemos dentro y que se convierten en entrada todo incluido de parque de atracciones, en cuanto entran en contacto con el aire exterior.

Porque no hay una manera que se pueda considerar infalible a escala eterna de hacer, no hacer, decir o callar. Depende del momento, de la situación, de quien tenemos enfrente o de a quien nos enfrentamos.

No hay un lado garante hacia el que tirar el penalty. No hay una calle por la que nunca te encontrarás con él, con ella o con ello. No hay manta que te abrigue a la perfección todo el año. Hay que ayudarla en invierno y guardarla en el armario en verano.

No hay una sola buena forma para todas las veces. Todas las veces tienen una sola buena forma.

Está la paciencia, personaje a quien concedemos la virtud de solucionarlo todo sin hacer apenas nada, pensamos que se puede encargar de amansar aguas y domar ganas, de conseguirnos el ritmo de la costumbre para no perder el paso con un grano de arena en el zapato. Apenas lo noto.

Está la prisa, personaje al que concedemos el poder de zanjarlo todo, de quebrar movimientos, de contra volantear dinámicas. De despojarnos de inmediato de la china del zapato, incluso sin desenlazar los cordones. A lo mejor, esa misma prisa nos seduce con la idea de caminar descalzos por unos momentos, porque lo que está claro es que hay que llegar ya.

¿Entonces?

Las adivinaciones es lo que tienen. Como la lotería, la última bolita te dirá si hiciste bien en escoger aquellos números o pagaste por un papel con dibujitos. O el penalti, tan fácil de marcar una vez que el portero ha decidido hacia donde vencerse. 4 segundos no son nada.

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