Con ese apellido solo podía venir a Salamanca, pero no la eligió por eso. Miguel Sahagún quería que sus alumnos -americanos- tuvieran una experiencia española y Salamanca reúne las características para que los universitarios se mezclen con la población local, tomen café, pateen sus calles o se sienten en un parque. Se sorprenderán con las respuestas que dan los estudiantes. Durante la charla también se habló de su ‘tío’, el patrón de Salamanca.
Con ese apellido solo puede venir a Salamanca o a Sahagún…
¡Claro!
¿Ha conocido Sahagún?
Desgraciadamente, no. He estado en León, pero necesito un carro para llegar a Sahagún. Hay una ciudad en México que se llama Sahagún.
¿Es por San Juan?
No creo. Pienso que será por Sahagún. También hay una ciudad Salamanca, en Guanajuato, México, que tiene de patrón a San Juan de Sahagún.
Por curiosidad. ¿Le ha ayudado el apellido en Salamanca?
Te lo contaré. Llevo viniendo a Salamanca desde el 2012. La tecnología de hace una década, no era la de ahora. Tenía que comprar una tarjeta SIM para que funcionara mi teléfono. Me pidieron la identificación y al ver mi apellido me dijeron: ‘¡Ese nombre va a ser difícil de olvidar aquí!’ Esa fue mi bienvenida. (Risas) Le pregunté: ‘¿Por qué?’ Me explicó lo del patrón de la ciudad. Mi primer apellido es Sahagún y el segundo Guardiola, justo cuando el entrenador lo ganaba todo con el Barça. (Risas)
Al salir de la tienda, se empaparía de la historia del santo.
Déjame decirte que tengo varios tíos sacerdotes y un tatarabuelo es santo.
¡Ohhh! ¡Van al cielo!
(Risas) No.
¿Cómo se llamaba?
Rafael Guízar y Valencia. Era tío de mis tíos abuelos. Lo santificaron en los noventa. Es uno de los santos de Juan Pablo II.
Volvamos a nuestro patrón.
Sí. Hice lo que había que hacer. Visité la iglesia de San Juan de Sahagún, me acerqué a Tentenecio y a la calle de Pozo Amarillo.
¿Lleva a sus alumnos -son estadounidenses- a estos lugares?
Sí. Además, cuando los mando al supermercado que hay en la calle Toro, les digo: Es el supermercado que está en frente de la iglesia de mi tío.
(Carcajada)
¿Qué le dicen?
‘¡En serio!’ Yo les digo: ‘Miren el nombre, San Juan de Sahagún’. Alucinan. (Risas)
Usted da clase en una Universidad de Carolina del Norte, pero es mexicano. ¿Qué tenemos en común los charros de aquí y los de allí?
Me críe en Sahuayo, en Michoacan, que está en el occidente de México, a unos 150 km de Guadalajara, por lo que estoy familiarizado con los mariachis y los charros. Esa fue otra sorpresa.
¿Por qué?
Cuando me empiezan a decir que tengo que comprar joyería charra. Pensé: ‘¿Cómo que charra?’ Me informé sobre el botón charro, la filigrana,… Siempre me encuentro con cosas que no imaginaba. Así que, si crees en las conexiones, aquí me siguen apareciendo.
¿Por qué vino a Salamanca?
Estaba estudiando el doctorado en la Universidad de Texas, había un profesor que se llamaba Ramiro Urrea, mexicano de descendencia, él había iniciado un programa y se venía a Salamanca a impartir literatura iberoamericana. Los alumnos eran del área de Filosofía y Literatura, yo soy de Negocios, pero mi doctorado es en Mercadotecnia, por lo que la cultura tiene un papel muy importante.
Explíquese.
Si tu quieres conectar con el cliente, necesitas hablar su idioma, pero no solo eso. Es preciso conocer de dónde viene, qué le gusta, qué es lo que busca. Un mensaje lo podemos transmitir de muchas maneras. Cuando diseñas de la manera adecuada, que haces una conexión perfecta con lo que la otra persona espera recibir, es cuando encuentras ese ‘eureka’. Y dices: ‘No sé que pasó, pero me siento identificado con este producto, aunque no necesariamente es el producto, porque lo puedes promover de otra manera y al producto no le haces ninguna modificación, solo a la manera en la que hablas del producto, beneficios que en esa cultura haces mayor énfasis y por eso creas la conexión.
Hay productos que se venden en todo el mundo.
Eso es. Comienzo a dar clases en Estados Unidos, en el área de Mercadotecnia. Allí, expongo la teoría de que es muy necesario venir a España y que durante unas semanas los alumnos sean un ‘español’ más, para que vean las cosas y puedan identificar lo que los españoles consideran importante, para que después los alumnos utilicen ese aprendizaje. Así empatizas en el producto y con la comunicación que vas a ofrecer.
Es suficiente en un mes para empaparse de nuestra idiosincrasia.
Por así decirlo, no los traigo a la España de turismo. Creo ciertas actividades. Los obligo a tratar de ponerse en la posición de un español, para empezar a comprender, dentro de lo que cabe, cómo ven las cosas y por qué actúan así, sin juzgar o comparar. Esa no es la cuestión.
¿Cuáles son?
Entender porqué las personas actúan así.
¿De dónde son sus alumnos?
La Universidad está en Carolina de Norte y la mayoría de los alumnos son del noroeste de Estados Unidos. No hablan español. Impartimos aquí la clase en inglés. Les doy claves para que puedan manejarse.
¿Es difícil si no hablas el idioma?
Sé que hay limitantes, pero les digo: ‘No hablas el idioma, pero sí podrás entender la manera de actuar de las personas’. Para lograr llegar a ese punto, más allá de lo que se ve en el aula, les diseño actividades culturales y académicas en la ciudad. Los obligo a que actúen como lo haría un español. Son cosas sencillas, pero les hace reflexionar sobre por qué hacen las cosas en Estados Unidos de la manera que lo hacen allí y aquí.
Miedo me da preguntarle cuáles.
(Risas) Una sencilla. Los americanos toman café, pero lo hacen de una manera diferente. En algunos sitios de Estados Unidos ni se bajan del carro y siguen tomando mientras conducen. No pierden un minuto. Una de las actividades que propongo es que se vayan a una cafetería, compren un café u otra bebida, se sienten y lo disfruten como lo haría un español. Tienen que estar sentado mínimo 35 minutos.
Ohhh…
Al principio no lo entienden.
(Carcajada)
Ellos piensan. ‘Mi profesor me está haciendo perder el tiempo’. Vienen de una cultura donde el tiempo es dinero y les han dicho desde pequeño que si estás sin hacer nada, no produces, se ve mal socialmente,… Otra es que vayan a La Alamedilla u otro parque sobre las 15.00 o 16.00 horas para ver que ven. Ellos creen que los españoles están tres horas de siesta.
¡En serio!
(Risas) Sí. Tengo que hacerles entender que eso no ocurre.
¿Van a los bares y a sentarse a un parque a observar?
Sí, porque se lo califico. Es parte de la clase y me tienen que hacer un informe.
¿Quiero saber qué le escriben?
Es una reflexión de mínimo 200 palabras. Te voy a contar lo de este año. Estaban sorprendidos de ver a tantas personas a la hora de la ‘siesta’ en la calle y más sorprendidos de ver padres, madres y abuelos que van por sus hijos al colegio, les cogen las mochilas, les dejan libres y no tienen ese miedo de que los adultos se acerquen a los niños. Una de las alumnas escribió: ‘Cuando leí que tenía que ir a un parque, me sentí mal, porque si alguien me dice que tengo que observar a los niños y yo no voy con uno, pueden pensar que estoy ahí por otra razón…’.
¡Por favor!
Sí. No me había dado cuenta de esto, hasta que lo leí en su reflexión. Otra chica me dijo: ‘Cuando veo que los abuelos y los papás van con los niños al parque, les compran un helado y los dejan jugar, mientras ellos están tomando algo, a mí me hubiera gustado que mis papás hubieran hecho eso’.
¡Fantástico!
Sí.
Más actividades.
Los llevo a clases de flamenco y de cocina, pero no les digo cómo va a ser. Cada uno de ellos tienen en su mente lo que en su cultura sería una clase de flamenco o de cocina.
Sorpréndanos.
Una chica escribió sobre la clase de baile. ‘Fue maravilloso, porque no había esa idea de competencia. He ido a clases de baile en Estados Unidos y necesitas hacer todo perfecto y tratar de ser el mejor de la clase’.
¡Qué presión!
Sí. Más o menos todos dicen eso. Por lo que cuando salen, están encantados, porque han disfrutado. Nadie presiona a nadie.
¿Qué pasó con la clase de cocina?
Llegamos a una de las cocinas de los comedores de la Universidad de Salamanca. Uno de los chefs nos da la clase. Los alumnos tenían en mente que cada quién iba a tener su propio lugar, individual, con todos los ingredientes, y cada quién iba a preparar todos los platos. ¡Sorpresa! Somos un grupo y vamos a preparar todos los platos que vamos a comer. Eso muestra las diferencias de las culturas que son más individualistas contra las que son más colectivistas. Esto, aunque se vea académicamente, si no lo viven, se les olvida.
Por eso Salamanca.
Sí, porque tienen una vivencia más española, es menos turística que Madrid o Barcelona. Aquí van andando, se dan cuanta del valor de las relaciones, en Estados Unidos no son tan importantes.
Debe de ser el profesor más ‘guay’ de su facultad.
(Risas) Los hago trabajar mucho. Las evaluaciones son anónimas, cuando me dan el reporte, las mejores son las de este curso que se hace en Salamanca. Es mucho trabajo. Estoy con ellos 24/7. Los fines de semana los llevo a Andalucía, otro al País Vasco, para que vean que a pesar de que España es pequeña, hay mucha diferencia cultural.