Constantemente nos toca vivir tiempos modernos, haciendo un repaso aleatorio de las modernidades vividas por mi generación, una pudo ser la llegada de la televisión a color y el boca a boca recomendando ver La casa de la pradera y los verdes valles donde pastaba el ganado de la idílica familia de Charles Ingalls.
Posteriormente, llegó otra ola de modernidad con los nuevos canales de televisión, por fin supimos para qué servía la numeración de los mandos a distancia y aprendimos a asociar el uno con la uno, el dos con la dos, el tres con la tres etc… hasta que llegó Telemadrid y nos chafó la cuenta.
Pasaron los años y se introdujo en nuestros hogares el gran despegue tecnológico de mi juventud con el ordenador casero y su insoportable chirrido emulando la agonía de un cerdo en la matanza de Guijuelo cada vez que lo encendíamos para jugar a los marcianitos.
La modernidad es insaciable y siempre nos pilla desprevenidos, es como una película rodada hace tiempo que alguien decide no estrenarla hasta que nos considera preparados para verla, mientras, ya se ha rodado la siguiente entrega para cuando estemos dispuestos a saltar al siguiente nivel.
Así hoy en día tenemos el estreno en cinemascope de la última modernidad que es la Inteligencia Artificial, dejando la superproducción de el metaverso sin posibilidades de llevarse el premio del año a lo más de lo más, aunque hace pocos meses era sin duda el caballo ganador, como poco antes lo fue la criptomoneda.
Esto de la IA o AI para los que sabemos inglés, entiendo que consiste en algo así como un algoritmo que deduce soluciones a problemas planteados basándose en la información que hemos registrado en la red informática durante años, que a su vez va creando nuevas conclusiones y por tanto registrando nueva información.
Claro que tranquilizarnos diciendo que detrás de esto está siempre la decisión del ser humano, que es al fin y al cabo quien le da a la tecla, sinceramente no me da mucha seguridad. Esta conclusión me hace dudar de que nuestra civilización sea una excepción a esa regla que dice: Todo principio tiene un final.
Esto de la modernidad tengo la sensación de que se nos está escapando de las manos y aunque no nos lo cuenten, el título de la próxima entrega que ya está escrita deber ser algo así como Negligencia Artificial, otra cosa es saber cuántos estaremos para verla.
Parece ser que también afecta al mundo de la fotografía esta nueva experiencia digital, ya hay programas en los cuales, si registras ciertos perfiles de búsqueda como, volúmenes, colores, perspectivas, dimensiones, étc, ellos solitos crean una imagen de lo que solicita tu imaginación.
Pero me congratula saber que está cogiendo fuerza una corriente artística que se aparta de la fotografía digital para buscar respuestas en el método tradicional del revelado químico, la cianotipia, y otras técnicas buscando esa sensación que solo está al alcance de quienes prefieren la imprecisión de la inteligencia natural a la perfección de lo artificial. Pura modernidad.
El Blog de Pablo de la Peña, aquí.