“No estás autorizada a publicar nada de la entrevista”. Dijo Chema Martín, artista y responsable de la academia Cibeles. “Empezaré así la entrevista”, contesté. “¡Qué cosas!”, respondió el pintor. Con esa venia, intentaré plasmar esta conversación entre surrealista, divertida, extraña y estrambótica.
Si una persona le dice que no entra en un museo porque se aburre. ¿Qué le dice?
¡No me extraña! Les diría que fueran a ver un ratito Las Meninas, algún cuadro del Bosco, otros del Greco y luego que se vayan a comer un bocadillo de calamares a la glorieta de Carlos V. Solo son nombres, no representan ninguna realidad. Antes ir a El Prado significaba que tú querías acceder al conocimiento, a la cultura, a la belleza,… Ahora, le enseñas a una persona un libro bonito y te dicen: ‘Pero, ¿Quién ha manchado esas hojas en blanco?’ Si vieran Las Meninas preguntarían: ‘¿Quién ha manchado esto?’ Las cosas han dejado de ser lo que eran.
¿Para ser qué?
No se sabe.
Las Meninas es el cuadro de los cuadros, ¿no va a remover al que lo ve?
A las pocas personas que hay con cultura y humildad para apreciarlo. Pero, no solo los cuadros, las cosas de la vida, la naturaleza, que sepa escuchar música. Personas que tienen un poco de sensibilidad. Ahora, se hacen la ruta del Románico, van al Pirineo o a Italia. Me pregunto: ‘¿Eso qué es?’ Es como si dijeran: ‘He cumplido’. Se consume cultura, libros de mierda, cuadros,… No. Eso es absurdo, vulgar y repugnante.
¿Qué hacemos?
Cuando era pequeño, iba a casa de mi abuela. Me levantaba y no hacía nada más que tirar piedras a un estanque. Mi abuela me preguntó: ‘¿Qué haces?’ ‘Nada’, contesté. ‘Hijo, hay mucho por hacer en la vida. Hay que sacar los marranos, ir al pueblo a buscar el pan’, me dijo. Ahora, se meten en su mundo y no hacen nada.
Da clases de pintura, escultura,… ¿Cuánto aprende de los alumnos?
(Largo silencio)
Chema Martín hace la onomatopeya del reloj pasando los minutos. Mira y se ríe. Parece inmune a la pregunta, pero la familiaridad con la que entran los alumnos y vecinos a la academia Cibeles denota que Chema es más que un profesor, es un maestro, no solo de pintura, también de vida, de conocimientos, incluso de excentricidades que hacen que la academia Cibeles forme parte del paisaje de la calle Marquesa de Almanza. Sus puertas están abiertas y saludan al profesor y a sus pupilos. “¿Qué aprendo de los alumnos? Me interesan como personas”, responde al fin.
¿La pintura es un oficio?
Sí. Primero tienes que estudiar y después, fluye. Hay que aprender el oficio y dedicarle su tiempo. Si eres persistente y talentoso, lo lograrás. Pero, el oficio lo puedes aprender igual. No es nada especial. Toda mi vida he luchado contra esas personas que creen que hay que nacer artista. Eso son tonterías. Siempre pienso: ‘¿A qué llamaran estas personas eso de ser artista?’ Dicen que es algo inaccesible. Mentira.
¿En serio?
Sí. No me voy a reconocer en nada de lo que digo en esta entrevista. No está autorizada.
Empezaré la entrevista así.
¡Qué cosas!
¿Qué da la felicidad?
El amor, la serenidad, la paciencia, la ilusión, la humildad, pero la coherencia no.
¿Cree que la pintura, escultura,.. tiene más de oficio que de inspiración?
Tu aprendes inglés y luego te puedes dedicar a hacer poesía, artículos o lo que quieras. Pero, primero tienes que aprenderlo. Luego estará en ti, en el tiempo que le dediques. Es muy engorroso y aburrido decir cómo se hace uno pintor.
¿Se puede vivir de la pintura?
Contra todo pronóstico, creo que es de las cosas que más futuro tienen. A las personas que vienen a la academia los enseño a pintar, a hacer caricaturas,… eso desde luego. Pero, creo que la gente quiere titulitos.
No hablo de los alumnos. ¿usted vive de la pintura?
Abrí la academia en 1992.
Todo se hizo en España en 1992. Incluso su academia.
Sí. Estaba en obras la Casa de las Conchas para convertirla en la biblioteca. Recuerdo que había un canalón que estaba obstruido, por lo que cuando llovía se deshacía la pared y se llenó de musgo. Llamé al Ayuntamiento, no me hicieron ni p…. caso. Amenacé con llamar a la revista Interviú para decirle cómo de mal cuidaban el patrimonio. Nada. Dejaron que se destruyera por ese lado, pasando de todo. Eso es lo que indica cómo son los políticos. Daba pena. No era un histérico. Además, solo tenían que meter un palo y desatascar el canalón, que seguro era una paloma muerta, pero es que cada vez que llovía, se mojaba la fachada, las Conchas y las ventanas. ¡Qué vergüenza!
Salamanca vive del patrimonio.
Sí. ¿Sabes lo que me hubieran dicho si hubiera planteado todo esto? ‘No está tan mal’. Somos inbéciles. Otra cosa es que reconociendo lo cutre que es el mundo, tengas el valor de tener fe o ilusión.
¿Prepara un cuadro cómo prepara su vida?
¡Qué preguntas me haces! Un cuadro es como una planta. Hay que ayudarle a crecer. Le das cariño, agua, la giras, la podas,… pero la que crece es ella. Un cuadro te diría que es lo mismo. El que te dirige es él. Le das material, lo asistes, para que se vaya desarrollando. No es un concepto tonto, es práctico. Hay un libro, Escultura lenta, de Theodore Sturgeon, donde compara el amor con un bonsay. ¡Qué cosa más brillante!
¿Cuándo se le da la última pincelada al cuadro?
Es un coñazo. Cuando había encargos, te forjabas en la tensión, en la responsabilidad, en el riesgo. Ahí es donde se forjan los profesionales. No con la comodidad. Si yo tuviera encargos, se me acabaría la bobada, porque tendría que resolver los pedidos.
Está mercantilizando su trabajo.
Es un oficio y como tal hay que darle salida. Está todo mercantilizado. También la medicina. Son oficios que están hechos para ganarte la vida.
Se necesita un poco de tensión para pintar…
Es que la pintura se ha convertido en un mundo narcisista. No sé lo que te iba a decir. Te pongo un ejemplo. Un cuadro de Antonio López…
Se nos hicieron viejos los reyes.
¡Qué coñazo! Le echó mucho cuento. (Carcajada) Ya sé lo que te iba a decir. Viene una persona y me dice: ‘Quiero un logotipo para mi fábrica de chorizos’. Me indica lo que quiere, con sus particularidades. Digo: ‘¡Qué bien!’ Pero, si vienes a encargarme un cuadro, pero no me das ninguna pista ni de técnica, precio, estilo,… ya me has jodió. Ese exceso de libertad no es bueno. Lo que quiero es con lo que tú me digas, le daré vueltas y optaré por la mejor solución.
Entonces. ¿La última pincelada es la que usted quiera dar?
No estoy cualificado para responder a esas preguntas tan técnicas. ¡Qué preguntas me haces!
¿Qué preguntas querría que le hubiera hecho?
No lo sé. Me gustaría que escribieras que has estado en una academia, qué es lo que te dicen las cosas que has visto; qué se hace aquí; qué ambiente se respira. Una cosa así. Soy un pobre hombre. ¿Con qué autoridad voy a contestar? ¿Con qué criterio? ¿A quién le va a interesar lo que yo diga? La vida ya no es así.
En este momento, interviene Carlos, un alumno de Chema que ha estado escuchando la entrevista. “No es así Chema. Tú tienes muchas cosas que contar. Lo que haces tú aquí, en la academia, es la leche. Nos cuentas tan bien todo, nos das instrumentos, objetivos, que logras que pintemos. Nos corriges, haces que avancemos. Eso no tiene precio”.
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