Bien claro ha vuelto a quedar con el suceso del mini submarino aventurero, que el valor del ser humano está sometido al precio que establece la clasificación que diferencia a los pobres de solemnidad de quienes ostentan el intocable poder del dinero.
La pérdida de seres humanos a causa de cualquier accidente imprevisto puede trastocar nuestra sensibilidad, pero esta aumenta en grado sumo cuando mediáticamente te sirven en copa de consumo cualquier suceso con tintes de famoseo.
Ante el hecho de que unos millonarios puedan permitirse el capricho de morir en los fondos marinos, al intentar ver en directo el más afamado de los trasatlánticos hundidos, nada puede decirse. Cada uno con su pasta puede montárselo como le venga en gana, más allá de los valores que nosotros marquemos en la tabla de nuestras cuestiones.
La fosa azulada del mediterráneo sigue aumentando su récord como cementerio europeo, mientras se ocultan los nombres de los propietarios, para que las conciencias sigan, con tranquilidad, mirándose en los espejos de las componendas sociales y políticas, que visten con la más variada hipocresía esos ropajes que cubren nuestras raquíticas miserias mundanas.
Seres humanos que, buscando con toda la legitimidad que otorga la vida otros lugares, se encuentran en la soledad de las inmensas aguas, mientras los países del ¿primer mundo europeo? se taponan los orejones de corcho para no escuchar ese grito que pide amparo para salvar el pellejo.
Escuchar a algún partido con marcas ultra religiosas hablando de la migración como si esta fuese una invasión de ratas, más que asco produce pavor y miedo. Que el Cristo del amor fraternal entre los hombres se utilice soterradamente para bendecir los más asquerosos principios de una plebe descorazonada, es como para volver a pensar que como seres humanos somos incapaces de comprender y escuchar a quienes viven más allá de los tres palmos de nuestras narices.
Comprobar la previsión logística para buscar el mini submarino con todo tipo de seguimientos en los canales informativos de todo el mundo, mientras la tragedia del mediterráneo genera una descomunal impotencia humanitaria porque no hay medios ni se esperan, es para que seamos conscientes de que seguimos suspendiendo el examen final como ¿seres superiores? del mundo que conocemos.
Ahí siguen las televisiones, metiendo en sus tertulias pachangueras la catástrofe sufrida a los costados del Titanic, mientras en este mismo instante en el que escribo o en el que tú amigo lector puedas leer estas letras, cientos de personas cuelgan el terror en sus ojos ante los indómitos oleajes que están a punto de tejer para ellos la estremecedora mortaja del silencio.