Vivimos en un mundo desbordado por la velocidad a la que se producen los cambios y sin tiempo, ni espacio para reflexionar acerca del impacto que producen en nuestra forma de vivir y, sobre todo, en nuestra forma de pensar. En la medicina estos cambios se producen a velocidad de vértigo. En estas situaciones es bueno parar, mirar atrás y tratar de recuperar las esencias de los clásicos que, sin ser inmutables si son trascendentes.
Escribía Gregorio Marañón que ser médico es la divina ilusión de que el dolor, sea goce; la enfermedad, salud; y la muerte, vida. Una ilusión que exige estar dispuesto a una práctica o ejercicio profesional que no solo esté determinada por la ciencia, sino que se compone de algo más. William Osler, considerado el padre de la medicina moderna, decía en 1903 a sus alumnos de la Universidad Johns Hopkins que la práctica de la medicina es un arte, no un comercio; una vocación, no un negocio; una vocación en la que hay que emplear el corazón igual que la cabeza.
Probablemente los mismos conceptos del binomio salud-enfermedad son algunos de los cambios filosóficos más importantes que han tenido lugar en el último medio siglo. La conferencia de Alma Ata de 1978 definía la salud como “el estado de completo bienestar físico, mental y social, y no sólo la ausencia de afecciones o enfermedades». Ello significa entender al enfermo como una persona que vive en sociedad y cuyos determinantes sociales prefijan y condicionan su salud. También en este caso los clásicos lo tenían claro muchos siglos antes: Paracelso en el siglo XV definía la salud como el equilibrio del ser humano consigo mismo y con su medio ambiente.
Estas concepciones filosóficas acerca de la esencia de la medicina y como alcanzar la excelencia en su ejercicio, son parte de esos atributos que, independientemente de los cambios y de la velocidad de los mismos, han impregnado en el pasado, impregnan el presente y deberían impregnar el futuro del ejercicio profesional para tener claro que es ser y como ser médico. Son viejas verdades que requieren énfasis renovados para que no desaparezcan por el sumidero de la historia ahora que parece que la tecnología lo es todo.