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Opinión

La Casa Escuela Santiago Uno

La casa Escuela Santiago Uno.

[dropcap]H[/dropcap]ace unos días volví a coincidir con Jesús Garrote. Acudió como ponente a uno de esos cursos con los que tienen a bien obsequiarnos cuando las clases y la burocracia han quedado aparcadas hasta septiembre. Garrote posee el don de remover las conciencias. Lleva ya más de veinte años como director de la Casa Escuela Santiago Uno y sabe muy bien qué significa trabajar con los muchachos que la sociedad y el propio sistema han dejado al margen.

Santiago Uno forma parte de las entidades que actúan al amparo de los servicios sociales de la Junta de Castilla y León, pero su historia es anterior a ellos. Comenzó a funcionar en 1971. Un joven cura escolapio, José Luis Corzo, madrileño, recién venido de Roma, decidió crear un hogar que sirviera a la vez de escuela para dar una solución al mayor problema del sistema educativo. Venía de Italia con la lección aprendida.

Su trabajo con los chicos de las chabolas, al más puro estilo de Calasanz, le permitió descubrir la propuesta educativa de otro sacerdote, Lorenzo Milani, que, degradado por el arzobispo de Florencia, acabó como párroco en la perdida aldea de Barbiana. Allí puso en práctica su idea de una escuela más personalizada, destinada a los últimos. Para él, el único problema de la escuela era el de los chicos que perdía.

Así, inspirada por estos ideales, nació Santiago Uno en Salamanca. Diez años después, para dar estudios reglados a los chicos, Corzo puso también en marcha el Centro de Formación Profesional Lorenzo Milani, en Cabrerizos. Y hace dos años, la Fundación Mil Caminos, creada por el padre Antonio Romo, se integró en este mismo proyecto.

Con todos estos medios, Jesús Garrote se parte el pecho por unos muchachos a los que la vida no ha tratado bien. Al curso antes referido Garrote no fue solo. Le acompañaban cinco de estos chicos. Entre ellos estaba Dolores, alumna recordada en 4º de la ESO. Me alegró mucho volver a verla y saber que lleva muy bien encauzado su grado medio de FP.

Al final, los testimonios de estos chicos, valientes y sinceros, fueron concluyentes, quizás lo mejor de las jornadas. Escucharles ratifica la afirmación de que los juicios a priori son siempre demasiado injustos, deshumanizados incluso. Detrás de cada uno hay una historia terrible, la que les ha llevado a caminar al borde del sistema.

La realidad está ahí. Es la que es. Igual sucede con los inmigrantes que atiende Mil Caminos, en situación de alegalidad. A esto no se debería llegar, todos estamos de acuerdo. Pero se llega y algo hay que hacer entonces, porque, de lo contrario, la salida que queda es la calle, el abandono, Zambrana o la explotación en cualquiera de sus formas más terribles.

Santiago Uno acompaña a estos chicos, que son los últimos porque muchos los han ido dejando a un lado. Y casi ninguno se queda atrás. La propuesta de Milani sigue vigente en Salamanca ahora que se cumple el centenario de su nacimiento. La obra que inició Corzo y hoy continúa Garrote, junto Eloy Marqués y Manel Camp, entre otros, reconforta de verdad e invita a seguir manteniendo la esperanza en la especie humana.

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