La Casa Escuela Santiago Uno labraba un “sueño” en Gomecello desde 2019, cuando el Padre Romo les cedió su quesería Mil Caminos, junto a su rebaño de ovejas, donde jóvenes de la escuela se formaban como pastores y queseros. En la tarde del domingo, día 6, las instalaciones ardieron fruto de un incendio que destruyó la pajera de la cooperativa ‘Puentesan’ y en el que únicamente hubo daños materiales.
ICAL. Pero entre estas paredes, según trasladó el director de Santiago Uno, Jesús Garrote, en un comunicado recogido por Ical, se labraba “un centro de iniciativas de desarrollo rural para cuidar el planeta y a los habitantes más vulnerables”. En él se formaban jóvenes de protección a la infancia e inmigrantes sin papeles, quienes levantaron esta bioconstrucción con sus educadores, desde el voluntariado y sin financiación.
Desde aquí, la Casa Escuela pretendía “dar respuesta a la España vaciada” trabajando para convertirse en una “referencia de economía circular, lumbricultura para el abono, placas solares, huerto ecológico”, según apuntó su director. A esta “escuela de oportunidades” accedían los 20 inmigrantes de diferentes nacionalidades de la Torre de Babel de la casa de acogida de Chamberí, por la que pasan hasta que pueden conseguir su legalidad para trabajar.
Y, del aula de formación, salieron contratos de pastores para dos jóvenes subsaharianos, y la quesería servía de formación para separar a otros menores “de malas influencias”. Además, impartían cursos de innovación medioambiental, llevaron a cabo un congreso de pastoreo e inclusión social, y tres ferias ecosociales con productos ecológicos y de kilómetro cero.
Con todo su trabajo transformaron la cooperativa Puentesan a iniciativa social y, tras el incendio, solamente queda la puerta soldada en hierro que representa al padre, Antonio Romo, “pastor de un educador con sus ovejas”.
“Queríamos soñar que ser agricultor y ganadero era una profesión y no una condena. Queríamos soñar que parecernos a nuestros abuelos era verdadero ecologismo”, recoge Jesús Garrote entre sus líneas, pensando en un mundo en el que “se puede consumir menos y explotar menos la naturaleza”, donde no es necesario construir macrogranjas para conseguir viabilidad, con la creencia en la justicia de la igualdad de oportunidades y que los jóvenes pueden volver a sus pueblos.
En el texto, Garrote hizo referencia también a la falta de viabilidad para mantener esta infraestructura donde cambiar las baterías de litio de las placas solares supone un coste de 100.000 euros que no consiguen alcanzar con su producción de queso, y a cómo después de un saneamiento en su sala de producción, un incendio arrasó las instalaciones.
“Quiero pensar que, si se reconstruyen países después de una guerra, nosotros podremos reconstruir un aula y mantener dos burros, dos perros, seiscientas ovejas y algunos jóvenes invisibles para administraciones que argumentan no tener fondos para ellos”, continúa el director. Y, recuerda, que el 60 por ciento de los fondos europeos son devueltos debido a no poder cumplir la infinidad de requisitos que demandan o estar fuera de la línea digital.
“Por lo menos que no nos enfrenten con mentiras a los que sobreviven al Mediterráneo y a los que ahora trabajan el campo, son más hermanos que quienes gestionan los fondos”, sentenció el director de un centro que vio arder, en la tarde de este domingo, un “sueño” creado para ayudar a la integración de las personas.