La Reina ya está en Peñaranda. Era llamativo que la villa bracamontina, convertida en ciudad por capricho de Alfonso XIII en 1908, no tuviera patrona. A diez kilómetros, Macotera, que es villa por concesión regia de Isabel II tras un concienzudo proceso, tramitado por el diputado Francisco Millán y Caro, presume de patrona desde el siglo XVI. Es la Virgen de la Encina, con ermita propia reconstruida y ampliada en 1971. La imagen no es gran cosa, pero luce bien en su fiesta septembrina, en agosto con san Roque, patrón omnipresente, y doblemente en Semana Santa, en el dolor del Viernes Santo y el alborozo pascual. Eso sí que es tener patrona.
Peñaranda en cambio andaba ayuna. Solo con su san Miguel, el titular de la parroquia que Esteban Rueda talló magistralmente para presidir el retablo dolorosamente perdido durante el pavoroso incendio, también en 1971, que destrozó la iglesia. Al reconstruirla se adquirió otra imagen, grandota, y relegó a los trasteros una más pequeña que había, barroca, que por los avatares del destino acabó en el Humilladero y dio pábulo, en 2016, al culebrón del verano por su concomitancia con el Ecce Homo de Borja. Ahora, tras una buena restauración en la Fundación Edades del Hombre, puede admirarse en las dependencias interiores de la parroquia.
Así las cosas, Lauren Sevillano, un párroco que a la chita callando está haciendo muchas cosas, se dijo que esto no podía ser y movió los hilos para conseguir que Peñaranda tuviera su patrona. Y eligió a la Virgen bajo una advocación moderna y original, Santa María Reina, cuya fiesta se celebra el 22 de agosto. Los trámites han llevado su tiempo, más de tres años hasta que Roma dio el plácet el pasado 27 de junio. En medio de este proceso, cuando ya intuía que todo iba bien encauzado, se abordó la cuestión de la imagen. Es una exigencia de las devociones populares, puesto que sin imágenes resultaría muy complicado fomentarlas. Y ahí aparece la figura de Tomás Gil, peñarandino y director del servicio diocesano de Patrimonio. Cuánto debe Salamanca a este cura tan vapuleado por los próximos. Él dio las pautas iconográficas y sugirió el nombre de Ricardo Flecha, un escultor zamorano vinculado a Salamanca por sus estudios y alguna obra de mérito que ha dejado. Y a él se le encargó la patrona de Peñaranda.
Flecha ha trabajado con la imagen durante el último año, aunque debido a una enfermedad, para llegar a tiempo, la ejecución final del proceso la ha realizado su amigo Jesús Dorrego, escultor madrileño. La imagen que ha quedado es muy suya, porque Flecha es un autor de marcada personalidad, huye de los arquetipos y piensa mucho la obra que quiere crear. En una imagen de devoción no se puede huir de la tradición, pero tampoco puede renunciarse a la innovación que siempre ha caracterizado al buen arte. Eso siempre lo ha tenido muy presente este artista zamorano que ha sabido interpretar magistralmente la escultura religiosa de nuestra época, enraizándola, a decir de José Ángel Rivera, en el tremendismo gótico desde unas formas «rudas, descarnadas, sarmentosas, retorcidas hasta el paroxismo… y unas policromías poco convencionales que provocan en el espectador un fuerte impacto estético». Flecha es, después de todo, un expresionista. Y con esta última obra Salamanca enriquece su patrimonio artístico y espiritual.