Óscar Alvariño es madrileño y por méritos propios su nombre figura ya entre los artistas de referencia en Salamanca. La Plaza Mayor, nuestro monumento universal, tiene en los medallones uno de sus grandes atractivos. Y Alvariño, con siete, es el segundo escultor que más ha realizado. Los treinta y ocho de Alejandro Carnicero, que en cuatro años hizo los lienzos de San Martín y Real, son inalcanzables. Ni aunque tallara todos los que quedan libres podría superarle. El tercero en este escalafón es el recordado Fernando Mayoral, que nos dejó cuatro.
Estos últimos meses, Alvariño ha estado muy presente en la prensa local. Desde que se colocó el andamio y comenzó la labra en mayo, hasta la presentación de hace un mes, las referencias y entrevistas no han cesado. Cualquier intervención en la Plaza siempre es noticia, sobre todo si el homenajeado es Alfonso IX, la persona que más ha hecho por esta ciudad. La Universidad ha sido la institución que engrandeció a Salamanca y, gracias a quienes pasaron por ella, le dio un lugar en la Historia Universal. Y este rey leonés, su fundador, no había sido suficientemente reconocido. Tan solo estaba la avenida del barrio Garrido, pero sin una escultura que lo recuerde de continuo. Sin ser excluyente, el medallón recién estrenado hace justicia a este olvido institucional. Aquí el Ayuntamiento sí ha estado fino… y si lo inaugurara como Dios manda, con un discursito y la presencia del artista, lo niquelaría.
Pero la figura de Alvariño va bastante más allá de sus medallones en la Plaza. Es un artista de renombre y posiblemente sea en la actualidad el autor más destacado en la estatuaria urbana española, con obras de mérito en bastantes ciudades, como la santa Teresa de Ávila que le encargaron para conmemorar el quinto centenario del nacimiento de esta mujer referente de tantas cosas. La relación de premios conseguidos para la realización de escultura urbana es abrumadora y esto quiere decir que el grueso de su obra no es por encargo digital, sino porque hay un estudio y trabajo previos y unos fundamentos que le avalan. Así de claro.
Como suele suceder con los grandes –hay excepciones, obviamente–, Alvariño es un tipo enrollado que en las distancias cortas se muestra afable y dicharachero. Con él no falta nunca una buena conversación que sazona con mil anécdotas entre las que cuela, no sin cierta maldad, confidencias explosivas. Pero como lo que se dice en la mesa queda en la mesa, lo dejamos aquí, aludiendo únicamente al deseo con el que nos sorprendió y dice tanto de este artista que en los años ochenta pasó efímeramente por Salamanca y consiguió la adjudicación de su primer medallón, el de Unamuno.
Su gran ilusión –para él, un hombre que ha dejado tanta escultura urbana en no sé cuántas ciudades– es dejar una escultura ecuestre en Salamanca, dedicada a Julián Sánchez El Charro. En la Casa Grande ya lo saben y nosotros, cuando lo contaba, imaginábamos la estampa que tendría la plaza más grande de la ciudad, la de la Concordia, sobre el solar del antiguo cuartel de caballería, recortada en su perspectiva con una escultura que pudiera recordar al Gattamelata. Por soñar que no quede.
1 comentario en «Medallones con Alvariño»
Como siempre, Javier, aportando conocimiento.