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Opinión

Parar la violencia

Una mano para un puñetazo. Imagen de Tumisu en Pixabay

La historia nos enseña que existen momentos oscuros en los que los ciudadanos deciden mirar para otro lado y no ver aquello que tiene lugar delante de sus ojos y, con su pasividad, facilitan el crecimiento del mal que lleva a la sociedad a donde nunca hubiera querido llegar. Edmund Burke, filósofo, escritor y político considerado padre del liberalismo conservador británico, escribió en el siglo XVIII: «Para que el mal triunfe, solo se necesita que los hombres buenos no hagan nada».

Vivimos tiempos difíciles en los que “el mal” crece mientras “los ciudadanos de bien” miramos para otro lado porque “eso no va conmigo”. Esta pasividad de las personas buenas, aun sin quererlo, facilita que se normalicen conductas antisociales que se multiplican y agravan cada vez más, en medio de un clima de impunidad de quienes las protagonizan al observar que no tienen ningún coste personal para ellos. Al final se produce una pendiente por la que la bola del mal rueda cuesta abajo, sin freno, y se lleva por delante todo lo que encuentra a su paso.

En los últimos años, quizás en las últimas décadas, se han cruzado muchas rayas rojas y, cuando nos parece que ya no se puede ir a peor, comprobamos que alguien cruza otra raya más y así una y otra vez hasta que ya no queden rayas por cruzar. Esta reflexión es aplicable a numerosos aspectos de la vida en la sociedad actual y todos podemos hacer una amplia lista de atropellos que no son ni nos parecen normales y que, sin embargo, suceden cada día delante nuestro mientras miramos para otro lado, sin que nadie se atreva a “poner el cascabel al gato”.

Las agresiones a trabajadores de la función pública, profesores, médicos, enfermeras, celadores, etc. siguen aumentando cada día y la mayoría de ellos se sienten impotentes frente a los agresores, indefensos y desamparados, con serias dificultades para continuar desarrollando su labor de servicio público que es lo que saben y quieren hacer y por lo que la sociedad les paga. La desmoralización cunde en estos colectivos de profesionales porque no solo no se sienten respaldados, sino que no ven que exista voluntad para controlar este clima de agresividad que sufren. No quieren ni pueden seguir trabajando con miedo.

La deslegitimación y el abandono de las instituciones y servicios públicos, sanidad y educación, por ejemplo, pero no solo, por grupos con claros intereses políticos y económicos que niegan a las mismas el pan y la sal, es el caldo de cultivo donde la agresividad florece y donde los agresores se encuentran amparados y seguros. Posiblemente quienes favorecen directa o indirectamente este tipo de agresiones piensen que son daños colaterales para alcanzar sus objetivos políticos y económicos, y no parecen dispuestos a ponerle coto. También ellos lo pagarán: nadie está a salvo cuando la bola de nieve comienza a rodar cuesta abajo.

En la misma línea argumental de Edmund Burke, dos siglos después, Albert Einstein señaló que “el mundo no está amenazado por las malas personas, sino por aquellos que permiten la maldad”. Es precisa una reacción ciudadana para frenar esta espiral insensata. Es necesario frenar y aislar a los violentos, a quienes los protegen y a quienes los utilizan.

Evidentemente son necesarias medidas culturales y educativas, que permitan vislumbrar un horizonte de convivencia razonable en el medio plazo para las nuevas generaciones, pero estas no tienen un efecto inmediato. Para quienes vivimos aquí y ahora es preciso cortar en seco este tipo de actitudes y para ello son necesarias medidas punitivas (obviamente acompañadas de reeducación y reinserción social) que desalienten a los agresores potenciales antes de que lo sean. Hay que debatir que tipo de cascabel debemos poner al gato entre todos, pero hay que poner ese cascabel.

Miguel Barrueco
Médico y profesor universitario

 

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