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Opinión

El beso

El beso reflejado en la pupila de un ojo. PIxabay.

Hay besos eternos e imperecederos, imágenes indelebles de momentos culminantes de la historia, como el que inmortalizaron dos fotógrafos distintos, desde dos perspectivas diferentes, entre un marinero y una asistente dental, una hora antes de la rendición oficial de los japoneses, en agosto de 1945. Fruto de la casualidad, la euforia de la victoria o de una estudiada preparación, aquel beso concentra multitud de deseos y fatigas, todas las aspiraciones de una sociedad que anhelaba el final de la contienda y el inicio de una vida pacífica.

Hay besos que parecen obscenos y muestran en realidad un gesto de hermanamiento y complicidad, como el que protagonizaron en 1979 Leonid Brezhnev y Erich Honecker, líderes de la entonces Unión Soviética y de la República Democrática de Alemania. Besos enigmáticos y desconcertantes, como el que representó Magritte en su obra Los amantes. Besos gratificantes que despiertan sana envidia, como el Marlene Dietrich al afortunado soldado que regresaba de la II Guerra Mundial. Besos. Besos tan tiernos que nos iluminan los ojos y dibujan una cálida sonrisa en nuestro gesto, como el de los dos perritos de La dama y el vagabundo, mientras apuran el hilo de un espagueti.

Hay besos sensuales, fingidos, lascivos, ingenuos, profundos, apasionados, libidinosos, devastadores, luminosos, apáticos, renovados, gastados, disputados, torpes, inesperados, calculadores, incitantes, repugnantes. Besos que nos persiguen toda la vida, quizá porque nunca debieron salir de nuestros labios o porque fueron el preludio de un acto que nunca se consumó. Besos que se derraman como una lluvia fértil y otros que se disputan la libertad y la muerte, que saben a despedida. Besos que cada uno conserva en el recuerdo para poder rescatarse de profundos abismos. Hay besos inmortalizados por la literatura, la pintura, la música, el cine, la tradición, la leyenda.

Y luego, está el otro, el beso de Rubiales y Jenni, el beso-pico-¿sin-con?-sentido; la madre de todos los besos; el beso que ha originado más literatura que el mismísimo beso de Judas. El beso de la ignominia y las contradicciones (donde dije digo, digo Diego), que pasó de la consideración lúdica inicial, producto de la natural euforia de acabar de conquistar un mundial de fútbol (nada menos), al paradigma del machismo más repugnante e inadmisible que una sociedad pueda concebir. Que nos ha permitido presenciar cómo hasta el gobierno de la nación pasó, en unos días, de la aceptación y ocultación disimulada a la disposición del cadalso para una de las partes implicadas. Y, a partir de ahí, el tsunami irracional de acólitos que ponen el grito en el cielo y la venda en el suelo. Hasta la ONU ha tomado cartas (marcadas) en el asunto. Y así, un patán maleducado que no sabe estar ni teniendo a la reina de su país y a la infanta a su lado, un dirigente que merecía haber sido destituido fulminantemente por graves y malas prácticas (recuérdense como rápida muestra: billetes pagados por la Federación para ir a ver a una novia en Nueva York, las comisiones de Arabia Saudí por llevar allí la supercopa, las fiestas en Mojácar con jovencitas cercanas a los dieciocho, etc.), un esperpento del buen gusto que se viene arriba con las celebraciones y lo mismo le da un pico a quien primero se le cruza que se lleva la mano a la entrepierna, un fantoche irremediable acaba, después de la implacable persecución desatada por la jauría, siendo pública y ejemplarmente despojado de todos sus privilegios y prebendas. Pero no por los sobrados méritos de su corrupta y negligente gestión como presidente de la Federación, sino por el beso-pico-¿sin-con?-sentido que le dio a una Jenni Hermoso, jugadora y mujer con sus treinta y tres tacos, que no pareció tomárselo tan mal en ese instante, ni tampoco horas después, cuando bromeaba en el avión acerca de ello, mientras sus compañeras coreaban eufóricas “¡beso, beso…!” y recordaban el inesperado beso de Casillas a Sara, entre risas, comentarios jocosos y tragos de champán (o cava, no lo sé). Ahora, parece ser que exigen, ya no levantar las alfombras de la Federación, de la que ya han sido apartados el entrenador, que ganó el primer mundial de nuestro fútbol femenino pese a que todos le cuestionaron en su momento, otros colaboradores y directivos; no, exigen ponerlo todo patas arriba, literalmente, que no quede manga sobre hombro. Y eso porque sí, porque están hasta el moño de tantos abusos. Y lo del beso ha sido la gota que colmó el vaso, Y ya está. Se acabó (lo decía bien claro la pancarta). Y todo el mundo para acá y para allá con el dichoso beso, y un día y otro…

Eso sí, con el beso de Rubiales y Jenni hemos estado entretenidos, obnubilados, abducidos. Y apenas tuvo repercusión mediática, por ejemplo, algo tan grandioso como la gesta mucho más meritoria que, sin salir del ámbito deportivo, protagonizaron nuestros marchadores María Pérez y Álvaro Martín, obteniendo el oro en los 20 y 35 kilómetros. ¡Qué conmovedor fue verles llegar en todas las ocasiones a la meta, en solitario, envueltos en la bandera española! Eso sí que es insólito y abrumador: España dominando una prueba en el ámbito masculino y femenino, y en las dos modalidades. En lo no deportivo, mejor no entrar.

Por cierto, para beso, beso… con abrazo de estos de “no te me vas”, el de Xavier Puig, máximo dirigente del FC Barcelona femenino, a la jugadora Ingrid Syrstad. ¿Algún medio o institución levantó la voz contra este abuso? Y, en otro entorno, acabo de ver el “picotazo” que le endiñó Anabel Alonso al famoso Jordi Cruz: un beso-picotazo-atraco asfixiante (aquí te pillo, aquí te mato), con sus diez segundos largos obligándole a permanecer adherido a sus labios sí o sí, sin preámbulos, sin permiso, sin formalismos, sin preparación previa. ¿Qué no se podría haber montado por un gesto así? Ah, pero eso fue en un plató de TVE, y Anabel es muy suya y muy definitiva, y seguro que ni a Rebecca Lima, la pareja de Jordi, le importa en absoluto que le coman la boca a su novio sin pedirle permiso.

1 comentario en «El beso»

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