Saramago, el pueblo palestino y su Ensayo sobre la ceguera
Corría el mes de marzo de 2002 cuando José Saramago visitó Cisjordania e Israel. Su estancia no pasó desapercibida, pues en todo momento mostró su solidaridad con el pueblo palestino y criticó la actitud las autoridades israelíes. Su presencia no pasó, por tanto, desapercibida, porque al gesto de acudir a Cisjordania se unieron las declaraciones que fue haciendo a los distintos medios de comunicación, fueran israelíes o internacionales. En una de las televisiones israelíes llegó a decir que lo que se estaba haciendo con la población palestina era lo mismo que los nazis hicieron con la población judía, comparando a Ramala con Auschwitz. El escándalo que generó en medios israelíes fue mayúsculo. En una larga entrevista publicada en abril de ese año en Revista Diners (1) Saramago dejó clara cuál era su postura, dando muestras de su coherencia incluso cuando se le preguntó por entre las víctimas del holocausto:
¿Qué quiso decir al recordar a Auschwitz?
Quise decir exactamente lo que dije: cercadas por el Ejército israelí, rodeadas por más de 200 asentamientos de colonos, las ciudades y las aldeas palestinas, incomunicadas por carretera, están transformadas en auténticos guetos, donde no se puede entrar y de donde no se puede salir sin la autorización de las fuerzas militares israelíes. El comportamiento de esas fuerzas y, sobre todo, el espíritu que las impulsa se parece perturbadoramente a la acción y al espíritu nazi. Simplemente, la palabra Auschwitz, en Israel, es una palabra ‘prohibida. Se les puede decir todo (incluso llamarles fascistas) siempre que no se pronuncie esa expresión. Auschwitz es, para los judíos, al mismo tiempo, una herida que nunca cicatrizará y un muro que no les permite ver la realidad. Al decir Auschwitz pretendí sacudir a la sociedad de Israel, forzar un debate, y el debate está abierto. Llamarme antisemita no resuelve nada. Para los judíos todo el que no es prosemita es antisemita.
¿Pidió perdón por lo que dijo?
Al serme preguntado, en una entrevista de la televisión israelí, si sería capaz de pedir perdón a las personas que se sintieron heridas por la palabra Auschwitz, respondí que sí, pero solo por haberlas herido, no por haber pronunciado la palabra. Si la palabra maldita les ofende, que la sustituyan por éstas: ‘Israel comete todos los días contra los palestinos crímenes que entran en la definición de crímenes contra la humanidad’.
Unos días antes, el 30 de marzo, el escritor portugués fue entrevistado en Ramala por José Vericat, cuyo contenido se publicó en BBCMundo (2). Al principio explicó cuál había sido el motivo de su visita a Cisjordania:
La intención ha sido de enviar aquí una delegación de miembros del Parlamento Internacional de Escritores para manifestar solidaridad a los narradores, poetas, dramaturgos palestinos.
Luego negó que se estuviera ante un conflicto, pues, como aclaró, de lo que realmente se trataba es de un
Apartheid. Ruptura de la estructura social palestina por la imposibilidad de comunicación y añadiendo a continuación, ante la pregunta sobre qué pensaba de Israel, lo siguiente:
Un sentimiento de impunidad caracteriza hoy al pueblo israelí y a su ejército. Se han convertido en rentistas del holocausto. Con todo el respeto por la gente asesinada, torturada y gaseada.
Fue una entrevista corta y tensa, que acabó de esta manera:
¿Qué piensa sacar de su entrevista con la parte israelí?
No espero mucho. Aquí se ha dicho que yo era víctima de, además de mi ignorancia histórica, de la propaganda barata de los palestinos. Yo contesté que, suponiendo que soy realmente víctima de la propaganda barata de los palestinos, tengo que decir que prefiero eso a ser cómplice de la propaganda cara de Israel.
¿Qué ha escrito usted que tenga más relevancia con este conflicto?
Una novela que yo publiqué hace cinco o seis años, Ensayo sobre la ceguera.
En efecto, la novela (publicada, más exactamente, en 1995) está escrita, como tantas otras del escritor, como una parábola y aporta mucha luz (aunque resulte una paradoja) sobre las miserias de la condición en general, pudiendo ser extrapolado el mensaje que lanza a la situación que lleva viviendo la población palestina desde décadas. Una metáfora de lo que hacemos entre los seres humanos cuando, en palabras del propio Saramago, «no usamos la razón para defender la vida, casi siempre la usamos para destruirla» (3).
El argumento del libro trata de una pandemia, denominada ceguera blanca, que se ha extendido por todo el mundo. En medio de la confusión, surge un orden en el que quienes lo controlan buscan adueñarse de la situación para su beneficio. Como respuesta, también surge un grupo de personas que se resisten y se organizan para hacer frente al doble reto. Una de ellas, la mujer del médico, que no ha pedido la visión, es la que da muestras de un mayor grado de determinación. Pese a que al final la pandemia desaparece de golpe, no está de más conocer cómo Saramago hace acabar su Ensayo sobre la ceguera:
Por qué nos hemos quedado ciegos, No lo sé, quizás un día lleguemos a saber la razón, Quieres que te diga lo que estoy pensando, Dime, Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, Ciegos que ven, Ciegos que, viendo, no ven.
La mujer del médico se levantó, se acercó a la ventana. Miró hacia abajo, a la calle cubierta de basura, a las personas que gritaban y cantaban. Luego alzó la cabeza al cielo y lo vio todo blanco, Ahora me toca a mí, pensó. El miedo súbito le hizo bajar los ojos. La ciudad aún estaba allí.