Opinión

La poesía frente al triunfo de la barbarie

La vida es muy peligrosa. No por las personas que hacen el mal,
sino por las que se sientan a ver lo que pasa.

Albert Einstein

Los bárbaros han vuelto y se están apoderando de la sociedad; en realidad nunca se habían ido, siempre estuvieron ahí, agazapados, moviendo los hilos oscuros del poder desde la sombra, pero hace ya algún tiempo que ante la indiferencia de los más decidieron salir a la luz, mostrarse tal cual son sin complejos, decir e imponer sin ambages lo que piensan, ir a por todas ocupando todo el espacio político y social para imponer su visión monolítica, unilateral y excluyente a quienes no piensan como ellos, a la sociedad, al mundo: a las bravas, sin pudor, sin caretas.

Envueltos en banderas y religiones han sacado de sus arsenales y cuarteles las armas a la calle como máxima expresión de su poder absoluto y absolutista, y las utilizan contra la población civil en todo el mundo: en guerras para ocupar territorios, para realizar limpiezas étnicas y desplazamientos de la población, para llevar a cabo genocidios. Sucedió hace pocos años en los Balcanes, está sucediendo ahora delante de nuestros ojos en Ucrania, en Palestina, en Nagorno Karabaj, en Yemen y en amplias zonas de África como Etiopía, Somalia, Sudán, el Sahel o el Congo. La lista es interminable.

No son solo las guerras, la barbarie no afecta solo a los países y poblaciones en guerra, se extiende también como una mancha de aceite por países cuyas sociedades se creen (nos creemos) a salvo, utilizan sin complejos otros tipos de violencia e inunda todos los países, incluso aquellos que no están en guerra o que las apoyan desde la lejanía, anegan por el miedo a las sociedades y personas que creen estar a salvo, al margen, protegidos por la equidistancia salvadora. Impregna también nuestras instituciones políticas y sociales, ahogándolas en un clima de violencia verbal y restricción de derechos.

Los bárbaros utilizan el miedo para sojuzgar a las sociedades y cuando con el miedo no es suficiente emplean la intimidación y la violencia contra los resistentes. Por ello, no es posible mantenerse al margen, no es posible la neutralidad.

Edmund Burke, un irlandés, escribió que “Lo único necesario para que triunfe el mal es que los hombres buenos no hagan nada». Martin Niemöller, un alemán, en los años de ascenso al poder de los nazis escribió un poema que se ha atribuido también a Bertolt Brecht, otro alemán, dirigido a los intelectuales alemanes explicando que nadie está a salvo y que más pronto o tarde vendrán también por los que se ponen de perfil y no han hecho nada, pero entonces ya será demasiado tarde también para ellos.

Nadie como los poetas para reflejar en la belleza de un poema la crueldad de la realidad y para llamar a la acción. Blas de Otero, un poeta español, en su poema Me Llamarán escribió “Me llamarán, nos llamarán a todos. Tú, y tú, y yo, nos turnaremos, en tornos de cristal, ante la muerte.  Y te expondrán, nos expondremos todos a ser trizados ¡zas! por una bala. Bien lo sabéis. Vendrán por ti, por ti, por mí, por todos. Y también por ti. Aquí no se salva ni Dios. Lo asesinaron”. Gabriel Celaya, otro poeta español en su poema La Poesía es un arma cargada de futuro escribe: “Maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales que, lavándose las manos, se desentienden y evaden. Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse”.

Todos nos deberíamos sentir interpelados por el crecimiento de la barbarie a nuestro alrededor, cerca y lejos. Todos deberíamos asumir la crítica de Rafael Alberti cuando en el poema Balada para los poetas andaluces escribe ¿Qué cantan los poetas, poetas andaluces de ahora? ¿Qué miran los poetas, poetas andaluces de ahora? ¿Qué sienten los poetas, poetas andaluces de ahora? Todos somos andaluces y poetas.

El triunfo de la indiferencia es el preludio de la muerte de una sociedad. Por eso la respuesta también está en la poesía de Alberti, cuando invita a los poetas a comprometerse: “Cantad alto, oiréis que oyen otros oídos. Mirad alto, veréis que miran otros ojos. Latid alto, sabréis que palpita otra sangre” o de forma mucho más directa por Gabriel Celaya en España en Marcha: “¡A la calle! que ya es hora de pasearnos a cuerpo y mostrar que, pues vivimos, anunciamos algo nuevo”.

Suheir Hammad, una poeta palestina refugiada en los Estados Unidos, en un poema titulado Lo que Haré, escribe “No bailaré al ritmo de su tambor de guerra. No prestaré mi alma y mis huesos a su tambor de guerra. No bailaré a su ritmo. Conozco ese ritmo, es un ritmo sin vida”. Bob Dylan, poeta judío, escribió en Flotando En El Viento “¿Cuántas muertes serán necesarias para ver que ya ha muerto demasiada gente? ¿Cuántas veces puede un hombre volver la cabeza fingiendo no ver nada? La respuesta, amigo mío, está flotando en el viento”. Estos días más que nunca deberíamos escuchar al viento.

Miguel Barrueco
Médico y profesor universitario.

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