Otoño, de darle la bienvenida a ser frescor de prados y lozanía en la espesura, a clamar por lo que decae encaminado a acrecentarse renovado. Otoño, tiempo de cambio, dador de nuevos bríos, llegado a hacer fructífero el esparcir de las semillas. Otoño, del reencuentro con lo asombroso de un fin que es principio de la fecundidad que vivifica la tierra. Otoño, de lluvias que harán brotar brillante la hierba, aparezca el arco iris en el cielo y sea espléndida la tarde de paseo para los enamorados.
Otoño, de reavivados latidos para el corazón del bosque, murmullo en recientes manantiales y esperanza de nacientes revelaciones dando vista a espacios amplios labrados y cuidados, magníficos paisajes con gentes que trabajan y ríen, dispuestos a que la vida prosiga, huela el aire a limpio y sean anuncio de horas de celebración en lo venidero. Otoño, modelado para rebosar de animación a la luz tenue del alba y hacerse presente con multitud de colores y olores.
Andar por medio del otoño es descubrir que la sabiduría gobierna la naturaleza y la tierra un lugar hermoso para vivir. Legado de miles de años que han desembocado en mares de orillas acogedoras, cielos inmaculados y fundamentos que cantan lo bello de la vida. Otoño, que alza el vuelo, aunque haya hojas que se caigan, tierra que se haga barro y algunos empañen lo que reverdece la naturaleza.
Otoño, de resistirse a ser el último suspiro de lo bueno del verano, dispuesto a darse a valer fundamentando fielmente lo que la naturaleza determina para que el camino de la existencia siga abierto para quienes habitan la tierra. Otoño, que aligera y apacigua en un presente que es un canto a la transformación, grandiosa sabiduría hecha para conservar la vida y lo inenarrable de un vivir maravillado de la hermosura de la tierra y dar por seguro que año tras año el prodigio que es la estación del otoño reaparecerá.