Noëlli Luna, hija del doctor Joaquín de Luna, hizo entrega esta mañana a la Casa Museo Unamuno del manuscrito que, en 1924, regaló Miguel de Unamuno a su amigo con motivo del fallecimiento de uno de sus hijos. Al emotivo acto asistieron, además de los representantes de la familia Luna, la directora de la Casa Museo, Ana Chaguaceda.
Este manuscrito ha sido conservado por los hijos de Joaquín de Luna hasta hoy, que Noëlli Luna ha donado el documento dedicado al que fuera su hermano. El soneto, uno de los más conocidos de Miguel de Unamuno, es una elegía que, partiendo del pésame por la muerte del hijo de su amigo, se convierte en un lamento por el futuro de España, uno de los temas habituales en las obras del exrector de la Universidad de Salamanca.
En 1924 y tras sufrir el destierro en Fuerteventura por sus ataques al rey y a la dictadura de Primo de Rivera, Miguel de Unamuno se exilia voluntariamente en París, donde trabó amistad con el grupo de españoles al que pertenecían también Vicente Blasco Ibañez, Eduardo Ortega y Gasset y Carlos Esplá, entre otros.
Tertulias en Montparnasse
El doctor Joaquín de Luna García pertenecía a este grupo que organizaba tertulias en Montparnasse, donde conoce a Miguel de Unamuno. Pronto se hicieron buenos amigos y Unamuno frecuentaba el domicilio familiar de la familia Luna, que procuraba hacerle más agradable su estancia parisina.
La enfermedad y fallecimiento de uno de los hijos de Joaquín de Luna, que le recordó al escritor su propia experiencia con su hijo Raimundo, fallecido también a causa de una hidrocefalia. Este hecho afectó mucho a Miguel de Unamuno, que escribió un soneto dedicado al hijo del doctor Luna.
A un hijo de españoles
En el entierro del niño Yago de Luna
muerto de meningitis tuberculosa a los
ocho meses de edad y enterrado en el
cementerio parisiense de Pantin, el 14 de
noviembre de 1924.
A un hijo de españoles arropamos
hoy en tierra francesa; el inocente
se apagó —¡feliz él!— sin que su mente
se abriese al mundo en que muriendo vamos.
A la pobre cajita sendos ramos
echamos de azucenas —el relente
llora sobre su huesa—, y al presente
de nuestra patria el pecho retornamos.
«Ante la vida cruel que le acechaba,
mejor que se me muera» nos decía
su pobre padre, y con la voz temblaba;
era de otoño y bruma el triste día
y creí que enterramos —¡Dios callaba!—
tu porvenir sin luz, ¡España mía!
¡En mi vida olvidaré ese día en que fuimos a
enterrar al pobre niño! Era uno de los días en
que más me dolía España.
MIGUEL DE UNAMUNO