Opinión

Crecimiento y desigualdad: la polémica sobre los desequilibrios del capitalismo en el siglo XXI (y VI)

[dropcap]E[/dropcap]l pasado mes de octubre iniciamos el presente artículo sobre el tema de la desigualdad en el capitalismo de nuestro tiempo; centrando nuestras reflexiones en torno al libro de Thomas Pikkety, El capital del siglo XXI. Y tras lo ya examinado en cinco sucesivas entregas, continuamos hoy con dos temas que nos parecen interesantes, también para su discusión, en los dos sucesivos epígrafes de lo que hoy publicamos.

 

11. EL CASO DE IBEROAMÉRICA

Además de los escenarios de desigualdad examinados, sobre todo EE.UU. y España, incluimos una referencia al caso de Iberoamérica, donde hay varios estudios de interés sobre el tema, empezando por la propia Comisión de las Naciones Unidas para América Latina, CEPAL.

Por su parte, el economista chileno Alejandro Foxley, en su trabajo sobre La trampa del ingreso medio, se refiere a cinco países que en principio parecían haber superado la barrera implícita de su tesis. Y entre esos países, sobre todo Finlandia y Corea del Sur como los de más claro éxito, e Irlanda que, después de un período notable en que pasó de ser el país más pobre de Europa a tener el ingreso per cápita más alto en menos de 20 años, desembocó en una profunda crisis financiera en 2008. A su vez, España y Portugal también muestran una secuencia de buenas fases de crecimiento hasta sumergirse en la crisis que algunos han llamado un tanto despectivamente “la de la periferia de Europa”. Algunas lecciones comunes de los éxitos y fracasos en el diseño e instrumentación de las políticas de los cinco países citados cabe sintetizarlas como sigue:

  • Una política fiscal no complementada por una política monetaria contracíclica y regulación financiera puede llevar a un ciclo de boom y bust.

  • Las rigideces laborales y cambiarías actúan como una restricción para mantener la competitividad.

  • Las políticas de inversión en capital humano e innovación son claves para sostener el crecimiento de largo plazo.

  • Un consenso social y político provee los fundamentos más sólidos para relanzar un rápido crecimiento en la economía.

Dentro de los estudios a que estamos refiriéndonos, es de especial pertinencia el trabajo de Ivonne González y Ricardo Martner, “Superando el ‘síndrome del casillero vacío’. Determinantes de la distribución del ingreso en América Latina». Un trabajo en el que se aprecia cómo la persistente desigualdad en el área citada parece reflejar la inexistencia de políticas específicas orientadas a disminuir la brecha de renta y riqueza. Y a la hora de las razones de la desigualdad de la distribución del ingreso, se refiere a las estimaciones para 18 países latinoamericanos respecto del período 1990-2010, se aprecia la relevancia de variables educacionales, institucionales y macroeconómicas en las mejoras recientes (hasta 2010). Asimismo, se identifica la trascendencia de la acción fiscal, con variables como el gasto social, el gasto en educación, el gasto en capital y un indicador de progresividad tributaria.

Por su parte, Afonso, Schuknecht y Tanzi sostienen que en un momento dado y en un país concreto, la distribución del ingreso primario (previa a la intervención estatal) estaría determinada por los siguientes factores:

  • La herencia de la riqueza tangible y material.

  • La herencia de capital humano, incluida una infinidad de activos que determinan el capital social de una persona.

  • Normas y costumbres societales, incluidos sistemas explícitos e implícitos de castas y tribus y de matrimonios de similar riqueza o capital social.

  • Las políticas públicas pasadas.

También habría que hablar del talento individual, que por cierto, tomado aisladamente, ha hecho ricos a pocos individuos; si bien ha de destacarse la preponderancia de factores hereditarios, que no pueden cambiarse en el corto plazo y que tienen que ver esencialmente con la posición social inicial de los individuos en la sociedad. En el sentido apuntado, la equidad puede definirse como la igualdad de oportunidades.

Como en los trabajos comentados se hace referencia continua al coeficiente de Gini como medidor de la desigualdad, recordemos aquí que ese coeficiente de Gini se define sobre la base de la curva de Lorenz, que describe el porcentaje acumulado del ingreso total que le pertenece al porcentaje más pobre de la población.

En ese contexto, el coeficiente de Gini se calcula como el cociente entre la diagonal y la curva de Lorenz. Y cuanto mayor es esa superficie, más desigual es la distribución de la renta. De modo que si existiera perfecta igualdad, la curva de Lorenz coincidiría con la diagonal, el área A desaparecería y el índice de Gini se haría 0, indicando ausencia de desigualdad. En el otro caso extremo, si existiera desigualdad total (es decir, una situación donde todo el ingreso fuera propiedad de una sola persona) la curva de Lorenz coincidiría con el eje del cuadrilátero representativo de población y renta.

12. DUDAS ACERCA DEL IMPUESTO SOBRE LA RIQUEZA

Y vamos para el final, con la solución que plantea Piketty, que se centra en un impuesto sobre la riqueza en todos los países del mundo (al objeto de no crear discriminaciones que produjeran fuertes distorsiones en el comercio mundial); con una escala del 1 a 10 por 100 para las grandes fortunas. Una medida bastante simplista, y que recuerda no poco el célebre impuesto único sobre la tierra de Henry George (1839-1897), que originó gran entusiasmo en determinados círculos, para luego desvanecerse cualquier eventualidad de aplicarlo. Cosa que sucederá otra vez con la idea de Piketty por la discutibilidad de la propuesta pikettiana (fiscalmente de lo más simplista), y por su difícil aplicabilidad a escala internacional.

Como métodos para luchar contra la pobreza y la desigualdad habrá que plantear un mix de muchos instrumentos, que rápidamente cabe enunciar: la regeneración democrática, la lucha contra la corrupción de administradores y administrados, la mejor regulación y supervisión del sistema financiero, las políticas de educación, la vigilancia de la ecuación de competitividad para el comercio exterior, la desburocratización de las Administraciones Públicas, gobiernos de mayor calidad técnica para afinar todo lo relativo al gasto público evitando derroche constante y obras faraónicas; y sobre todo, sería precisa la revisión del sistema fiscal que en ningún caso puede fundamentarse en un impuesto estrella único, sino que ha de hacerse como un conjunto tributario que se adapte a la realidad económica y se concilie con los propósitos de futuro. Pero sin llegar a las levas de capitales… y a los subsiguientes infiernos fiscales – que para muchos justifican los paraísos-, que lejos de alentar el crecimiento lo harían más difícil aún.

[pull_quote_left]Sería precisa la revisión del sistema fiscal que en ningún caso puede fundamentarse en un impuesto estrella único, sino que ha de hacerse como un conjunto tributario que se adapte a la realidad económica y se concilie con los propósitos de futuro. Pero sin llegar a las levas de capitales… y a los subsiguientes infiernos fiscales – que para muchos justifican los paraísos-, que lejos de alentar el crecimiento lo harían más difícil aún.[/pull_quote_left]Con todo lo dicho sobre desigualdad en este ensayo, incluyendo algunas al libro de Piketty, está claro que la polémica seguirá existiendo, con aportaciones de indudable interés. Por ejemplo, sobre qué podrá pasar en China cuando, como ahora sucede, el Gobierno está decidido a disminuir las desigualdades, introduciendo sistemas, a escala nacional, de pensiones, sanidad, y educación, en los dos últimos casos con plena gratuidad para la primaria y hasta los 16 años la segunda.

Como también cabe esperar que toda la polémica en torno a lo que se llama la trampa del ingreso medio, está incidiendo en numerosos países, y especialmente algunos iberoamericanos como Chile, Brasil e incluso México, para ampliar políticas de redistribución, y romper así el círculo vicioso de no crecer porque hay demasiada desigualdad, y de que la desigualdad se mantiene porque no hay crecimiento suficiente.

Por otro lado, es indudable que los ciclos contribuyen a que las variables económicas y sociales que nos han ocupado, se expresen en parámetros muy diferentes según el momento de cada fluctuación y según sus características.

Poco antes de morir (2009), y cuando ya estábamos plenamente en la crisis económica que se desencadenó en 2007, Paul Samuelson se expresó con una claridad terminante: “En EE.UU. no vivimos en una democracia, sino que estamos en una plutocracia. Por la sencilla razón de que las clases bajas y medias todavía no nos hemos sublevado contra las clases altas”. Casi parece un epitafio, o incluso una profecía de que ante las desigualdades reinantes tendrán que venir ajustes futuros inducidos por políticas progresistas. E incluso ya en los organismos internacionales como el FMI o la OCDE, se preconizan esas políticas, tal como también se hace, según vimos al principio de este ensayo por la propia banca, como se vio con el testimonio del Credit Suisse, por muy banco y muy suizo que sea.

En definitiva, la polémica va a seguir y habrá que estar atentos a su evolución, aportando elementos para que efectivamente las tendencias tan negativas de los últimos tiempos no sólo no se acentúen en lo venidero, sino que cambien en su dirección.

Concluimos así el artículo sobre desigualdad económica, un tanto largo seguramente, pero los lectores seguro que comprenden que un tema capital en nuestro sistema económico hoy, bien merecía el espacio que le hemos dedicado.

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