Es el mes de los difuntos. Noviembre. El cementerio de San Carlos Borromeo, como todos, ha vuelto a florecer por unos días ante el recuerdo de quienes nos precedieron. Después, «¡Díos mío, qué solos / se quedan los muertos!», se lamentaba Bécquer en su conocida rima.
Noviembre está siendo también un tiempo de muchas despedidas. Especialmente dolorosa nos ha sido la de Carlos, Charly, que con cincuenta y tres, evocando las coplas manriqueñas, «vino la Muerte a llamar / a su puerta» dando los golpes secos, sin previo aviso, con los que Beethoven abre la Sinfonía del Destino. Hizo siempre lo que quiso y vivió como le dio la gana, disfrutando del fútbol, rabiando con la política.
Con ello aún caliente, uno desempolva la memoria y redescubre lo rápido que pasa todo y lo poco que pensamos en ese viaje ineludible sin billete de retorno. Decía Max Scheler que el hombre contemporáneo tenía el conocimiento intuitivo de que la muerte es cierta, pero tal certeza acaba siendo reprimida en aras del estilo de vida y ocupaciones que, con tanto esfuerzo, conquistaron las generaciones anteriores. De esta forma, todo queda relegado al enunciado de que uno va a morir, pero al no percibir su inmediatez, la idea de superación de la muerte se acaba nublando.
¿Se puede superar la muerte? Para Heidegger la muerte es la conclusión de la vida, no aquello que se opone, y su presencia constante, el ser para la muerte, nos permite valorar lo temporal. Esto nos llevaría a la conquista de la autenticidad que deja al ser humano encontrarse consigo mismo, a trazar su camino de acuerdo con sus principios y creencias. Y ahí estuvo siempre Charly. A su manera, es cierto, pero sin desviarse un ápice del modo de vida que él, con mayor o menor acierto, se quiso trazar.
Ante el ser para la muerte y el desvanecimiento del ansia por superarla está también el anhelo de la permanencia. Me ha conmovido siempre el Napoleón despertando a la inmortalidad, de Rude. Con la fuerza y patetismo del buen romántico, el artista hace salir al corso del sudario, irguiéndose sobre la roca de Santa Elena, para mostrar al mundo la perdurabilidad de su nombre. Las personas persisten a través de su obra, aunque para la mayoría tan solo sea durante una generación, la que adorna con flores el túmulo que guarda sus restos.
Saulo, el de Tarso, en la primera reflexión que remite a la comunidad de Corinto, acude a una personificación para espetar directamente a la parca: «¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está tu aguijón?». El ansia de eternidad es una constante en la historia de la humanidad, a pesar de la disolución de su conciencia defendida por Scheler o la línea de meta postulada por Heidegger. Para mí son más acertadas, sencillas y, sobre todo, esperanzadoras, las palabras con las que Cesáreo Gabaráin quiso honrar al amigo fallecido, palabras que con posterioridad se integraron en una marcha militar, La muerte no es el final, que se canta en el homenaje a los caídos. «Cuando la pena nos alcanza / por un hermano perdido, / cuando el adiós dolorido / busca en la fe su esperanza / en tu palabra confiamos / con la certeza que tú / ya le has devuelto a la vida, / ya le has llevado a la luz».
5 comentarios en «La muerte llamó a su puerta»
BLAZQUEZ genial , como siempre.
Comparto tu opinión: Genial.
Muchas gracias Javier, preciosas palabras
Buen artículo. Muy emotivo para quienes conocimos a Charly y pudimos disfrutar de su amistad. Además, la reflexión sobre la vida y la muerte es extraordinaria. Gracias.
Estimado amigo Javier, tus palabras siempre son un regalo para nuestra lengua española, y en este apunte biográfico son un remanso de paz, como el prado florido, «locus amoenus» de Los Milagros de Nuestra Señora, de Gonzalo de Berceo. G.R.C.