“Madre, cuando yo me muera / que se enteren los señores. / Pon telegramas azules / que vayan del Sur al Norte”. Son versos de ‘Muerto de amor’, uno de los inmortales poemas del ‘Romancero gitano’ de Federico García Lorca, escrito entre 1924 y 1927 y publicado en 1928 en la ‘Revista de Occidente’. Aquel poema estaba dedicado “A Margarita Manso”, una joven pintora vallisoletana que formó parte del más estrecho círculo de amistades del granadino, junto con Dalí o Maruja Mallo, y que fue golpeada sin piedad por la guerra civil, que truncó su futuro sometiéndola al ostracismo más oscuro hasta su muerte.
César Combarros / ICAL. Este 24 de noviembre, se cumplieron 115 años del nacimiento de Margarita Manso en Valladolid. Tània Balló, impulsora del movimiento transmedia Las Sinsombrero (que reivindica a un grupo de mujeres artistas e intelectuales españolas nacidas entre 1898 y 1914, coetáneas de la Generación del 27 pero opacadas por la historia), subraya a Ical que Margarita Manso “encarna mejor que ninguna lo que perdieron estas mujeres después”. No en vano, ella es la protagonista del primer capítulo de su libro ‘Las Sinsombrero’ (Espasa, 2016), que inauguró una saga bibliográfica que tuvo continuidad con nuevos volúmenes en 2018 y 2022.
Fue en los albores de su investigación, que arrancó en 2009, cuando en una charla con Ian Gibson conoció de la existencia de Margarita Manso. El hispanista irlandés le recomendó profundizar sobre ella, a quien consideraba “una figura silenciada, invisibilizada y defenestrada, a la que solo se conocía por una anécdota que protagonizó junto a Federico”. Cuando Balló abrió esa puerta, se quedó “atrapada por el personaje”, que se convirtió para ella en “una obsesión importante durante muchos años”, y en uno de los motores de una investigación multidisciplinar imparable que, hasta el momento, ha cristalizado en documentales, libros, exposiciones y páginas de internet.
La anécdota a la que se refería Gibson salió a la luz en una entrevista de Salvador Dalí con Ian Gibson en El País a comienzos de 1986, cuando el pintor reveló que ella fue la primera y única mujer con la que Lorca tuvo una relación sexual. “Para el equipo de Las Sinsombrero, Margarita es mucho más que una figura sin sombra con el único mérito de acostarse con el gran poeta. Sin tener una historia con gestas extraordinarias, tuvo una vida que, a nuestro parecer, merece ser recordada porque da voz a muchas mujeres anónimas a las que la Guerra Civil y la posterior dictadura rompió sin piedad, secuestrándolas para siempre en una vida que no les pertenecía”, recalcan desde el colectivo.
Vida en sombras
Según consta en su partida de nacimiento, Margarita Manso nació a las cinco de la tarde del 24 de noviembre de 1908 en el hogar familiar, en la segunda planta del número 82 de la calle Pi y Margall (actual calle Panaderos) de Valladolid. Fue la segunda hija del matrimonio entre Luis Manso López, jefe de oficina del taller de Fundición Gabilondo, y de la modista de origen vasco-francés Carmen Robledo Daguerre.
El fallecimiento prematuro de su padre, cuando tenía 31 años y la niña apenas cuatro, sacudió a la familia, que poco después se trasladó a Madrid. En 1917 ya aparecían censadas en una casa en Columela 17 esquina con Lagasca, frente al Retiro, donde su madre instaló su taller Carmen Robledo Alta Costura, que, a mediados de los años 20, “se había convertido en una de las boutiques más importantes e influyentes de la capital”. En su adolescencia, la propia Margarita se erigió en “el mejor escaparate de los diseños de su madre, inspirados en la nueva moda a lo garçon”, escribe Balló en ‘Las Sinsombrero’, que reúne los escasos datos contrastados de su biografía que, gracias a la familia, se han podido rescatar frente al paso del tiempo.
Para Margarita Moreno, nieta de Margarita Manso y conservadora del Museo Arqueológico Nacional, desde pequeña su abuela siempre fue “una absoluta desconocida”. “Tengo la imagen de una mujer muy guapa en un portarretratos, pero nunca se hablaba nada de ella”, relata. Aficionada a la investigación, comenzó a rebuscar información en varios archivos, con la sensación de “estar entrando en una especie de laberinto, en el cual tirabas un poco de un hilo que te llevaba a otro muy lejano, y de repente volvías atrás”.
Con la información que ha podido recabar, considera a su abuela “una mujer que en su juventud probablemente tenía ideas muy abiertas”. “Procedía de una familia donde cada uno era de un palo distinto. Su hermana Carmina se casó con Carlos Castillo, un abogado que trabajaba en el Socorro Rojo Internacional y que llegó a ser el director del Banco de Castellón durante la Guerra Civil, pero su otra hermana estaba casada con el pintor Francisco Maura Salas, que procedía de la familia de los Maura, que eran más conservadores. En ese momento aún no se habían radicalizado las ideas y creo que ella debía ser una mujer libre”, señala.
En el otoño de 1923, con apenas quince años, la joven ingresa en la Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado (actual Real Academia de Bellas Artes de San Fernando), donde tuvo como profesor, entre otros, a Julio Romero de Torres (que la retrató en dos ocasiones), y trabó una intensa amistad con dos alumnos que estudiaban un curso por encima de ella: Maruja Mallo y Salvador Dalí, quien llamaba cariñosamente a la vallisoletana “la reina de Saba”. “Era encantadora, adorable […] tenía una boca grande, muy espectacular, y con esa cosa del artista que sabía vestirse de manera más original y descarada”, declaraba sobre ella José María Alfaro a Ian Gibson en 1992.
El nombre del movimiento
Fue a través de Mallo y Dalí como Margarita Manso conoció a García Lorca, que despertó en ella “absoluta fascinación”, como recuerda Balló. Entre las aventuras que compartieron los cuatro amigos, está la anécdota que décadas después acabó dando nombre a Las Sinsombrero, narrada por Maruja Mallo a Joaquín Soler Serrano en 1980, en el programa ‘A fondo’ de TVE: “Todo el mundo llevaba sombrero, era un pronóstico de diferencia social. Pero un buen día a Federico, a Dalí, a mí y a Margarita Manso se nos ocurrió quitarnos el sombrero y, al atravesar la Puerta del Sol, nos apedrearon insultándonos como si hubiéramos hecho un descubrimiento, como Copérnico o Galileo”, explicaba la pintora gallega, para quien con el sombrero puesto sentían “las ideas congestionadas”.
Aquella aventura inspiró un nombre que, en un tiempo récord, se ha asentado en el imaginario colectivo. “Desde que empecé a trabajar en este proyecto multidisciplinar tuve claro que necesitaba una marca potente y visual, un nombre que identificara un proyecto que reivindicaba una ausencia”, explica Balló. “Buscaba algo muy visual y esa anécdota me pareció extraordinaria. Las Sinsombrero me permitía visibilizar algo que había estado invisibilizado, porque era literalmente eso, quitarse algo de encima que te está tapando. Fue algo como divino, que llegó, pero jamás me hubiera imaginado que iba a acabar teniendo el impacto que ha tenido en la gente”, completa.
“Las Sinsombrero es un fenómeno impresionante, que ha arraigado y ha venido para quedarse”, aplaude Margarita Moreno, para quien el propio término “se ha convertido en un símbolo de lucha y de reivindicación frente al olvido”. En ese sentido, destaca que desde esta pasada primavera, una plazuela del Barrio de las Letras ya lleva su nombre, algo que, junto a la intención del Reina Sofía de dedicar un espacio permanente a Las Sinsombrero, prueba que “ha calado y que hay una necesidad de reivindicación y de permanencia en el espacio público”.
Luz y oscuridad
La relación entre los cuatro amigos, no exenta de celos por parte de Dalí hacia Margarita, dejaría otras anécdotas como la visita de todos ellos al Monasterio de Silos, en Burgos. Después de que le prohibieran la entrada a las mujeres, decidieron disfrazarse con las chaquetas de Dalí y Lorca a modo de pantalones, ocultando su pelo bajo sendas gorras. “Debió ser la primera vez que unos travestidos al revés entraron en Silos”, recordaba divertida Mallo en la entrevista.
En abril de 1927, Lorca volvía a hacer un guiño a su amiga vallisoletana en el número 4 de la revista ‘Verso y prosa’, que vio la luz en Murcia con versos suyos y una ilustración de su inseparable Dalí. En esa publicación, hasta en dos ocasiones lanzaba la pregunta, negro sobre blanco: “Margarita, ¿quién soy yo?”. Entre ambas inquisiciones, varios pequeños poemas donde el granadino jugueteaba con el apellido de Margarita, como los titulados ‘Remansos’ o ‘Remansillo’, donde escribía: “Me miré en tus ojos / pensando en tu alma, / Adelfa blanca. / Me miré en tus ojos / pensando en tu boca, / Adelfa roja. / Me miré en tus ojos/ pero estabas ciega, / Adelfa negra”.
Ese mismo año de 1927 Margarita acabó sus estudios en la Academia a la vez que quien sería el gran amor de su vida, el pintor Alfonso Ponce de León, uno de los referentes del realismo mágico español, fundador del cineclub del SEU, compañero de Mallo en el grupo de Artistas Ibéricos y colaborador en 1932 como escenógrafo y figurinista de La Barraca, la compañía de teatro universitario de Lorca.
Tras seis años de convivencia en común en Madrid, durante los cuales recorrieron juntos Europa, Margarita y Alfonso contrajeron matrimonio a finales de 1933 en la parroquia de Santa Bárbara, poco después de que él se vinculara a la Falange y tres años antes de que él pintara una de sus obras más conocidas: su ‘Autorretrato’ (también conocido como ‘El accidente’), que se exhibe en el Reina Sofía a escasos metros y en la misma sala que ‘Un mundo’, de otra ilustre Sinsombrero como la también vallisoletana Ángeles Santos. En el lienzo, el autor parece presentir su muerte, inminente y trágica, que llegaría pocos meses después.
Primero, el asesinato de su querido Lorca a manos de falangistas golpeó a Margarita en el verano de 1936, apenas un mes después del estallido de la Guerra Civil. Y, el 20 de septiembre, mientras paseaban juntos por la Castellana, un grupo de republicanos arrestó a su marido, que sería ‘juzgado’ y ejecutado en la checa de Fomento pocos días después. “Cuando le matan a Lorca primero y a su marido después, se produce la debacle”, recuerda su hija, Margarita Conde, afincada actualmente en Salamanca.
“Margarita Manso tiene por entonces veintiocho años. Destrozada y bajo una crisis nerviosa, viaja a Barcelona, junto con su madre y su hermana Carmen”, relata Balló. A través de los diarios de Carmina, se puede saber que, en los meses siguientes, la joven viajó repetidamente entre Madrid y Barcelona, antes de salir del país, vía Marsella, al encuentro de su hermana pequeña María Luisa, en el balneario de Salsomaggiore, refugio de falangistas españoles en Parma durante la Guerra Civil. “La separación de sus dos hermanas fue otra cosa que terminó por hundir a Margarita”, señala Balló, que recalca que “Carmen se marcha a Barcelona, María Luisa a Italia y luego a Mallorca, y ella se queda en Madrid, en plena soledad”, algo que “acabó de romperla del todo”.
Un año después, en 1938, regresó a España a través del País Vasco, para instalarse inicialmente en Burgos, donde se introdujo en el círculo del poeta soriano Dionisio Ridruejo, con quien colaboraría diseñando carteles y decorados para su grupo teatral Compañía Nacional. “Ella se hubiera podido ir al exilio, con su madre y su hermana. Lo tenía fácil. Pero en Burgos conoció a mi abuelo e imagino que en él encontró un apoyo fundamental”, comenta su nieta sobre el que sería el segundo marido de Margarita, el endocrino Enrique Conde Gargollo, discípulo de Marañón, con quien se casaría en 1940 y tendría tres hijos: Enrique, Luis y Margarita. Como ella, él fue pintor (desde 1979 fue académico correspondiente de la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción), pero apenas nada de la obra pictórica posterior de ella se conserva.
Para Balló, “no es necesario colocar a Margarita en un lugar donde no está. Nunca pintó con intención de vender ni de dedicarse a ello. Ella pintaba porque le gustaba, porque era una vía de escape, porque había aprendido y tenía técnica. Creó obras bonitas pero ninguna es realmente extraordinaria”. A su juicio, “no fue una gran pintora ni una artista relevante, nada comparable con Maruja Mallo o con otras coetáneas. La suya es la historia de tantas mujeres españolas anónimas que tocaron el sueño de libertad, que fueron libres, autónomas, transgresoras y modernas, a las que la deriva política del país arrastró a unas vidas personales que acabaron siendo muy grises”. Para la cineasta y escritora, lo que representa Manso es “un modelo de mujer, con sus luces y con sus sombras, marcadas por su lucha, por su tenacidad y también por su tristeza”.
Una mujer doliente
Su hija Margarita, que apenas tenía diez años cuando su madre murió, recuerda imágenes de ella, ya enferma, pintando en el hogar familiar lienzos como uno protagonizado por uno de sus hermanos. “Después de que la vida le diera un vuelco y le pasara todo lo que le pasó, apenas pintó pequeñas cosas. La mayor parte de las obras que conservamos de ella se encontraron por casualidad en un trastero en la casa, donde estaban medio arrumbadas. Eran anteriores a la Guerra y a toda la debacle”, describe.
Tras la Guerra Civil, quedaba enterrada la mujer transgresora y moderna que Margarita Manso fue en su juventud. Cuando su hija Margarita tenía cuatro años le diagnosticaron un cáncer de mama, y dos años después la operaron por primera vez de esa enfermedad, que derivó en metástasis ósea. La pequeña conserva “muy pocos recuerdos” de su madre, a quien guarda en su memoria como “una mujer doliente”. “Recuerdo las sesiones de radio que le hacían. Aquello era muy duro. Mi padre era médico y ella estuvo siempre muy bien atendida. De hecho, su médico de cabecera era Marañón, pero la enfermedad es la enfermedad, el dolor es el dolor, y la muerte es la muerte”, señala.
El cáncer acabaría finalmente con su vida a los 51 años, en 1960. Ahora, gracias a Las Sinsombrero, su figura sigue viva, como un icono de miles de mujeres silenciadas cuya luz se apagó tras la guerra. Su hija Margarita Conde considera que el movimiento conlleva cierta carga de “justicia poética” y se confiesa emocionada. “No solo es por mi madre, sino por todas las mujeres de esa época. Se está paliando una deuda que se tenía con ellas. Vivieron un momento histórico en el que había mujeres interesantísimas, pero los hombres no estaban por la labor de integrarlas”, concluye. Como reza el subtítulo del primer libro que les dedicó Tània Balló: “Sin ellas la historia no está completa”.
1 comentario en «Margarita Manso, la mujer silenciada»
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