Agitado lo cotidiano por personas relevantes, lo demás se altera y los remedios a aplicar se dificultan, haciendo estos tiempos menos fáciles y sencillos. El enfado no es el estado habitual de los que vivimos en sociedad. Problemas hay, pero ninguno que sea irresoluble. Las soluciones se pueden pactar, aunque los pareceres sean distintos y las ideologías diferentes. Quienes persisten en no hacer porque se resuelvan las desavenencias son gente soberbia y sin razón.
Debiera suceder que el entendimiento y los buenos modales se impusieran, se deseche lo que ocasiona hostilidad y se evite la crispación. La vida es sentido común y la mayoría pacíficos, personas que estamos por evitar los desacuerdos y eludir los enfrentamientos, la generalidad ajenos a quienes viven de alentar discusiones y provocar dificultades. Personajes que pretenden sacar provecho de confundir y convertir a quienes los escuchan en una caricatura fuera de la realidad del mundo que progresa y es solidario.
Necesitamos poner más cuidado en lo que leemos y escuchamos, hacer menos caso de las apelaciones al miedo y vaticinios catastrofistas. Las amenazas a la sensatez y la convivencia son graves, impulsadas por intereses particulares y populismos dogmáticos. Antídotos contra el veneno de la desinformación, el resentimiento y la calumnia son las noticias ciertas, la avenencia y la confianza. El desafío es grande y pasos en enmendarlo se dan, bastantes en positivo y ninguno en vano.
Mal entendimiento es alinearse con quienes se les llena la boca con lo de altura de miras, patria, víctimas y traidores. Más que a averiguar por qué algunos están obsesionados con el poder, la fortuna y la fama, conveniente es ponernos de parte de quienes dicen la verdad, no insultan y obran con inteligencia cuando son los que nos gobiernan.
Licenciado en Geografía e Historia, exfuncionario de Correos y escritor
