Un misterio más por resolver en esta Salamanca tan querida. No sé si llegará hasta el Milenio de Iker Jiménez o María Rivas, antigua alumna metida ahora a periodista de la casquería, lo morboso y paranormal, querrá ocuparse de ello. Pero necesitamos que alguien nos explique qué sucedió con aquellas pinturas que se iban a ubicar en la girola de la Catedral Nueva. Las dos que faltan, claro, porque la primera nos la endilgaron a traición, sin aviso ni anestesia, y «ahí queó», como dicen por el sur cuando la «chicotá» salió al gusto del capataz.
El capataz en cuestión, Daniel Sánchez y Sánchez, al que Dios haya perdonado según se decía antaño tras el finamiento del aludido, quiso pasar a la posteridad superando a Étienne Chevalier en el díptico de Melun, retratado junto a san Esteban y la bellísima Agnès Sorel trasmutada en Virgen María para escándalo de los coetáneos. El canónigo de apellido duplicado, en un gesto de humildad sin precedentes, decidió «donar» a la catedral unas pinturas que paliasen las carencias relivarias de los muros externos del altar mayor, cuyas masas pétreas quedaron sin labrar. Y «contrató» los servicios de dos buenos pintores para el trasaltar y el lado de la epístola. José Antonio Muñoz Bernardo realizaría la obra titulada Jesús como piedra angular de la humanidad y Florencio Maíllo El pensamiento ante el misterio de la creación, redención y resurrección. A esta segunda obra, que se presentó en noviembre del año pasado por todo lo alto, ya hicimos referencia en su momento.
Faltaba la guinda, el cuadro destinado a inmortalizar al donante dejando además constancia de tamaña magnanimidad. El título no podía ser más llamativo: Las profecías se cumplieron y el Verbo se hizo carne. El discurso teológico, elaborado por el interfecto Sánchez y Sánchez, tenía su sentido, pero como lo de pintar al dictado no casa con el artista que así se considera, hubo que buscar y rebuscar hasta que la providencia puso en su camino a Angelito, émulo bejarano de Joselito y niño cantor que aspiró a prodigio del celuloide y se quedó en las dos películas inanes de Pachín, desafortunadas hasta en los benevolentes sesenta. El tal Pachín, Ángel Gómez Mateo, tras hacer las Américas encontró la inspiración de las musas por otras vías y se dedicó a la pintura. Según parece, Pachín es mejor pintor que actor y hasta podría tener algún interés con su propuesta del realismo simbólico, pero el hecho de prestarse a ejecutar en la literalidad las órdenes del cliente deja ya muy claras las cosas.
El canónigo se aprestó a colgar la obra, hace quince meses, en el lado del evangelio. Con ese gusto de ay Señor que la define, la pintura nos muestra una especie de revelación en la que el Verbo encarnado, alineado con la Virgen y el Espíritu Santo, aparece rodeado de quienes le anunciaron y de unos cuantos personajes que sintetizan intemporalmente la historia de la salvación. En el lugar preferente, entre María Magdalena y Juan el evangelista, destacan el papa Francisco y el obispo Carlos junto al donante del Sánchez duplicado. Conmovedor.
Nuestro hombre, tras la glorificación terrenal, fue llamado por el Padre a ocupar en su reino un lugar preferente, acorde con los méritos adquiridos. Pero las otras pinturas, las buenas, quedaron en el limbo, durmiendo el sueño de los justos, a la espera de no se sabe qué.