Comenzado el año nuevo seguimos como estábamos. De un lado los que madrugan, cumplen las leyes y reprueban la barbarie y la hipocresía. Incontables como la arena del desierto. Del otro, quienes manejan los hilos de la cometa, son dueños de los robots y están en cobrarnos por respirar. Pocos, pero con vara de autoridad. Me prefiero de los primeros y suscribo el aliciente que sería ver a los “listos” atragantarse con sus manipulaciones y se les caigan los dientes cuando muerden.
Y no es que manden ellos porque seamos incapaces nosotros o nos falten las ganas de dejar de soportarlos, es que nos han mentalizado que estamos ya con un pie en el Paraíso y para que estemos con los dos debemos ponernos a la fila, no hacer ruido y mientras, para no aburrirnos, hacer lo que ellos nos manden. No es broma les diga que los hay que creen que quienes pueden librarles de las inquietudes y proporcionarles una vida segura son los de “aquí mando yo” y “el que no pueda que se aguante”.
Son finos y astutos, llevan años agobiándonos con sus embrollos, pidiendo sin dar y, cuando les salen las cosas mal, arreglándoselas para que se las paguemos nosotros. Desanimarse por sus abusos o sobrellevarlo con paciencia no es recomendable, tampoco creerlos tan poderosos que sean intocables. La verdad es que ganas para ponerles donde se los lleve la corriente y se calienten con lo que compren de su bolsillo, hay de sobra. Lo que nos falta es ponernos manos a la obra, y mira que hay críticas a la indiferencia, se zahiere la pasividad y se denigra el individualismo.
Ya saben, lo de la mayoría silenciosa y el sinfín de los de conformarse con lo que haya mientras salga agua del grifo, no haya colas para comprar el pan y algunas cadenas de televisión se vean sin pagar. Revuelta habría si se suprimiera el fútbol los domingos y pusiese precio a soñar.
Licenciado en Geografía e Historia, exfuncionario de Correos y escritor
