Una vez más, vamos a tender la mano con todas las fuerzas y entusiasmo a quienes quieran ser nuestros amigos, a ganarnos mejorar la vida que disfrutamos, desplegarnos al aire a ser palomas donde reinan los sueños y son interminables el pan y los besos. Porque oigan, alguna vez el viento en vez de revolver ha de desenredar, los suspiros sean de satisfacción y el fuego que arde no sea para quemar, sino para iluminar. A la luz, tomando forma de ola y flor, es como debemos mirarnos y alegrarnos.
Se acabó que haya dos ciudades, una desvencijada, con campos de batalla, hielo en las habitaciones y en la cocina un fogón de antiguo caserón abandonado. Está claro que la vida es un valle de gozo, acogedor y espléndido, de ríos caudalosos, abundante tierra fértil, habitado por tantos hombres y mujeres buenos como estrellas lucen en el firmamento. Es hora de ver limpio el horizonte, luminoso como al principio de los tiempos, contenido de abrazos formidables y dedos para curar las heridas del mundo.
Ya saben que al otro lado de la noche está el amanecer de cada día, listo a transformarse en alba satisfecha que se la llame a renacer tomando la forma de uno, siendo dos; ella y él, vestidos con iguales colores y en la mirada la misma vasta luz que ilumina el cielo. Himno altísimo reanudado contra la soledad y la tristeza para ser placentera compañía en el camino, canción con la que transcurrir confiados, sonrisa de las que crecen en el jardín.
Desatar nudos, descubrir atajos, sea invencible la amistad, hacer de las sombras luz es sencillo cuando se aborrece al cínico, arrincona al arrogante, se arropa al desnudo y se proclama vencedor al derrotado. Ya saben aquello de: “no sabían que era imposible y lo hicieron”.
Licenciado en Geografía e Historia, exfuncionario de Correos y escritor