Blas de Sebaste, médico, obispo y eremita armenio, murió decapitado por los romanos en las persecuciones contra los seguidores de Cristo. Salvó milagrosamente a un niño que tenía clavada una espina en la garganta y fue santificado. Y con el tiempo su fama se extendió del Este a Occidente.
Para celebrar el día de San Blas, Salamanca guarda una bonita tradición.
Cada tres de febrero los charros compramos una cinta bendecida en la Iglesia de San Juan de Sahagún y la colgamos al cuello hasta el martes de carnaval para quemarla el miércoles de ceniza. De esta forma nos cuidamos del mal de garganta, del espíritu y del alma.
Pero lo que nadie pudo imaginar es lo que ocurrió a un madrileño en paro en estos tiempos de crisis permanente. Este señor había venido a Salamanca para sacarse unos euros cantando, pero su banco le había bloqueado la tarjeta de débito, que crédito no tenía.
Para regresar a la Villa y Corte tenía que sacar su billete de tren y solo le quedaba un euro en el bolsillo, él no sabía ni que habían quitado la cuarta frecuencia ni que podía ir y venir gratis. La empresa ferroviaria, impertérrita, no le facilitó el billete de regreso.
Deambulando por nuestras calles, desesperado, se encontró a los vendedores de las famosas gargantillas de San Blas y decidió invertir en ellas su última moneda, al menos, según le dijeron cuidaría de su garganta.
Como estaba afónico, no podía cantar y tampoco recaudar fondos para el regreso.
Cuando se colgó la cinta al cuello, inmediatamente recuperó la voz y volvió a toparse de bruces con aquel maldito cajero que ahora lo llaman ATM y que unas horas antes le había hecho un corte de mangas. Con la gargantilla al cuello el aparato le hizo la ola y empezó a escupirle euros sin parar.
Con aquellos euros pudo comprar el billete de vuelta y 1.000 gargantillas de San Blas.
Cuando llegó a Madrid, en plena puerta del Sol, las vendió a dos euros.
La prensa salmón bajo el título de “imaginación frente a la crisis”, recogió este suceso que facilitaba la vida a una familia entera y lo llamó “innovación”.
Y, ya saben, de Madrid, al cielo.
Santa María, líbranos de todo mal.
Por. José Luis Salamanca