Quedamos con Charo Alonso para hablar de Los pies de los bailarines, su último libro, y acabamos conversando sobre clases, asignaturas, alumnos,… con la complicidad de Pau Dones que fue el ‘duende’ que se coló durante la entrevista. Al final, escuchando de fondo La Flaca, regresaron a la charla los bailarines.
Elige para el título del libro la parte del cuerpo que más sufre de una de las profesiones más gráciles. ¿Cuánto hay de sufrimiento en el trabajo de un escritor?
Depende.
De qué depende que cantaría Pau Dones.
(Risas) No elegí yo el título de Los pies de los bailarines. Tenía otro en mente, pero el coordinador de la colección, José Ignacio García, y el editor, que sabe muy bien lo que hace, no estaban de acuerdo con mi decisión. Al principio, no encontrábamos nada, fue José Ignacio el que dijo que el cuento que tenía el título más bonito era éste y dije: ‘Sí’. Siempre me ha gustado el ballet.
Es hermoso.
Sí. Parece muy bonito, fácil, grácil, vuelan,… como ciertos trabajos que parecen que son muy glamurosos, pero por debajo hay muy sufrimiento.
¿Cómo en la escritura?
En cierto modo es un sufrimiento porque no puedes evitarlo.
¿Sí?
Sí. A veces piensas: ‘¡Qué cómoda estaría yo sin escribir, sin buscar, sin esforzarme!’. Sin embargo, hay algo que me impulsa a seguir y no sé lo que es, pero está ahí.
¿Es más musa o más trabajo?
Trabajo. Con el tiempo adquieres un oficio. Tú puedes manejar muy bien el lenguaje, pero algo que transmites es diferente, eso es mágico. Hay un oficio, pero hay algo asombroso.
¿Cuánto hay de dolor?
Un poco, porque hay veces que no consigues lo que buscas y lo intentas una y otra vez. Alguien te puede decir: ‘Levántate de la silla, vámonos que hace un buen día, que estás de vacaciones del salva pan, del que te da de comer’. Pero, sigues ahí. Ese puede que sea el dolor.
No es físico…
Depende. Hay veces que sí. En cuanto al otro dolor, a mí me pasa que si tengo que escribir de una realidad que me parece dura, sufro.
¿Ha llorado escribiendo?
Sí. Sacamos en el periódico -salamancartvaldía.es- unos pequeños textos cuando empezó la pandemia, porque al principio lo cerraron todo, pero los equipos directivos de los institutos estuvimos yendo un par de semanas al centro. Ahí me sentaba a escribir esos pequeños fragmentos y lloraba.
¿De impotencia?
No, de impotencia no lloro.
¿Por qué cree que hay personas que piensan que juntar letras es escribir?
Tienes que manejar el lenguaje. A ello se aprende leyendo y escribiendo. En mi caso, no tengo el título de periodista y llevo muchos años en el periodismo cultural y me puedo considerar periodista cultural. Empiezo a pensar en la cantidad de columnas, actos que he cubierto y entrevistas,… A veces, es una labor de hormiguita y de manejar el leguaje, de limpiarlo, editarlo,… ese trabajo no lo ve nadie. Cuando lo leen dicen: ‘¡Qué bien!’ No se dan cuenta de la cantidad de tiempo que requiere documentarse, quedar con esta persona, transcribir la entrevista, limpiarla, editarla,… Hay un andamio detrás bárbaro.
¿Cuánto se desnudas cuando escribes?
(Risas) Más de lo que a mí me gustaría. Lo que ocurre es que el truco está en que no se note.
Se sabe mucho de las personas por cómo escriben. Se conoce si tienen dominio del lenguaje, si son trabajadoras, si se documentan, si son aseadas,…
Estoy de acuerdo. Pero, te hablo más de mostrar lo que tú llevas dentro. Por ejemplo, en estos cuentos puede que haya dos o tres, de los 19, con una pincelada autobiográfica.
¿Cuál es el que más tiene de usted?
El último, porque es punto por punto real. Pero, como no solo puedes ir contando tus desdichas, porque acabarías en seguida, escribes sobre otros asuntos.
Un escritor dijo que hasta que no mueren los padres, el escritor no es del todo sincero.
Sí, porque hay cosas que puedes escribir y hacer daño a las personas que tienes cerca, tocar determinados temas o usar alguna anécdota que está próxima. En las columnas sí que he utilizado más a la familia bajo juego de palabras como: ‘La niña bonita’, que era mi hija; ‘La prima de riesgo’ era mi sobrina de Ávila, que es tremenda; el sobrino soberanista,… están ahí de una manera cariñosa. Si tuviera que ponerlo de forma dura, le haría daño a muchas personas y eso no se me ocurre.
Todos tenemos corazón…
Hay escritores que no, que piensan que caiga quién caiga. Me parece loable, pero no la quiero para mí.
Personalmente pienso que la sinceridad está sobrevalorada.
Yo también. Prefiero ser un poquito más inglesa. Te pongo un ejemplo, no entrevisto a una persona que no me interesa, porque para decir que su trabajo no me gusta, no lo hago. En cierto modo, me manifiesto al no interesarte por su obra. No tengo ningún interés en decir que esto no merece ni el papel en el que está escrito.
A veces lo debíamos de hacer.
Quizá, porque estamos en un momento de buenísmo, que no queremos dañar a nadie, pobrecito, si escribo esto o lo otro lo va a pasar muy mal y quizá lo lea su familia. Si eres un inepto quizá hay que decirlo.
¿Qué quiere decir?
La escena del vicepresidente de la Junta de Castilla y León con los agricultores en la plaza de las Cortes, en Valladolid, era para que volviera a entrar otra vez en el edificio y que alguien le dijera: ‘Chico, esto te queda grande’. Es una escena vergonzosa. Es una persona a la que no sigo, pero visito a mis padres todos los días y veo mucho la televisión. Ese gesto, el ir a buscar solo la fotografía. El que le quiera bien, debería decirle que a veces hace el ridículo más espantoso.
Con poco más de treinta años.
Si no dejamos a las personas que trabajan a los veintitantos, a los treinta van a ser unas personas inmaduras. Quizá tengan toda la buena voluntad del mundo y son buenos, pero no saben de qué va la historia.
¿Cuándo empezó a trabajar usted?
Dentro de la Administración con 24 años, antes había dado miles de clases particulares, menos trabajar en un bar, lo he hecho en muchos oficios. No quiero ponerme en plan ‘abuelita cebolleta’, pero una persona que lleva manejándose desde muy joven, madura. Adquieres un juicio y un compromiso que una persona que no ha trabajado no tiene.
Quizá valora más el trabajo.
Claro. No eres ni mejor, ni peor. Valoras el dinero, el saber estar, la responsabilidad, el no hablarle despectivamente a una persona,… Hace unos días, un alumno le dijo a un compañero: ‘Tu clase es una mierda’.
¿En serio?
Sí. Él puede tener la opinión que quiera, pero no está cualificado para hacer según qué comentarios. Guárdatelo.
¿Los profesores han perdido la autoridad?
Hemos perdido mucha.
¿Cómo se recupera?
No se puede. Lo único que te consuela es que a veces tienes chicos bien educados, que vienen de casa muy bien enseñados, que les dicen que el profesor es el profesor, aunque se equivoque, que nosotros también lo hacemos. Pero, quién ha perdido el respeto,… Solo tienes que ver cómo les hablan a sus padres, ¿Cómo me van a hablar de otra manera a mí que estoy 50 minutos con ellos al día?
¿Qué asignaturas imparte?
Lengua y Literatura.
En teoría solo le enseña eso…
Sí, pero en teoría, porque en la practica enseñamos a que llamen a una puerta; que si yo no me estiro en clase, ellos tampoco; que no pueden enfadarse con el vecino, levantarse y ponerse a gritar en medio de una clase;…
Se supone que esas ‘lecciones’ deben venir de casa aprendidas.
Nosotros les instruimos, no les educamos, pero como no vienen de serie, pobrecitos, les tendremos que decir que llame a la puerta antes de entrar.
(Silencio)
Hay esperanza…
Por supuesto. Este año estoy muy contenta porque tenemos chicos que son respetuosos y las familias cooperan y no te pone el palo en la rueda, porque cuando la familia no está por la labor, no puedes hacer absolutamente nada.
¿Cuánto años lleva dando clase?
Unos treinta años.
¿Hemos cambiado mucho en estas tres décadas?
Mucho.
¿Ha pasado de ser doña Charo a ser la Charo?
Sí. Quizá tenga un mote peor. No quiero que volvamos a la época en la que mis profesoras del Lucía de Medrano nos hacían llorar o un profesor de Matemáticas nos decía que nos fuéramos a fregar el suelo. En ese momento, alguien le tenía que haber contestado: ‘Señor, está usted en este instituto dando clase a mujeres, no puede decir eso, quizá el que tenía que irse es usted’. Pero, nos callábamos. Eso no quiero que vuelva. Pero, sí quiero que el chico que tengo delante me vea que no estoy en el nivel que está él, sin ser ni más ni menos que él. No me puede hablar como le habla a sus amigos, tiene que usar un registro diferente.
Aunque solo sea por egoísmo, usted le va a enseñar.
Claro o porque tengo edad para ser su abuela. (Risas)
No saben lo importante que va a tener en su vida saber colocar en una frase el sujeto, el verbo y los complementos,…
Sobre todo es que yo no estoy en contra de ellos, al contrario. Ahora soy la jefa de Estudios adjunta y estoy para las ‘pupitas’, para sacarlos del baño si están llorando, para que vaya a orientación, donde tenemos unos profesionales impresionantes. El alumno me tiene que ver como una persona que le está ayudando.
A usted y a todos sus compañeros.
Absolutamente. Les estoy ayudando y enseñando. ¿No le interesa lo que enseño? Bien, pero por lo menos tienen que escucharnos con atención.
Dentro del centro los profesores son las personas a las que tienen que acudir si necesitan ayuda, de lo que sea…
Y acuden. Nosotros estamos muy concienciados con el tema del bienestar emocional.
¿En qué sentido?
El bienestar emocional no supone que esté todo el día dándoles palmaditas en la espalda y nos olvidemos del programa. Quiero que estén bien, tranquilos, apoyarlos en todo, pero el sujeto y el predicado te lo aprendes, porque hago el esfuerzo de enseñártelo, aunque no quieras.
Volvemos a la importancia del esfuerzo.
He leído hace poco que la voluntad es más importante que la inteligencia. El alumno, soy filóloga y el masculino contiene al femenino, tiene que aprender que cualquier destreza o habilidad requiere esfuerzo, ya sea para bailar o practicar un deporte. Si tú no aprendes esto, no tienes nada que hacer.
¿Cree que sus alumnos son conscientes que sus idolatrados youtuber o influencer trabajan 24/7 (24 horas al día, siete días a la semana)?
Se lo decimos y que si quieren ser youtubers tienen que aprender a hablar.
Casi que no.
(Carcajada)
Bueno debería aprender a hablar y saber tratar temas diferentes. Tengo la mala suerte de que los youtubers que ha seguido mi hija hablaban muy bien. Cuando los escuchaba, me sorprendían.
Otros hablan muy mal y se van de España para no pagar impuestos.
¡Qué bien! Todo es un engranaje. A mis alumnos del IES Mateo Hernández les digo que no tienen que llevar gorra en clase, porque es una norma, porque dependiendo de cómo se la coloquen no les distingo la cara. Somos 500 personas y las personas nos regimos por normas y son para todos. Ellos se las ingenian para sortearlas y a mí me encanta ver como lo intentan, porque deben hacerlo, son jóvenes. (Risas)
También están para eso.
Totalmente.
Casi no hemos hablado del libro Los pies de los bailarines, ¿o sí lo hemos hecho?
Sí, porque son 19 cuentos y hay tres que tratan de mis alumnos. Es la primera vez que los he llevado a la ficción, en las columnas sí que han sido un tema recurrente, pero en los relatos no y me ha llamado la atención esto.
Al terminar la charla con Charo Alonso se escucha de fondo La Flaca de Jarabe de Palo, grupo liderado por Pau Dones.
Los pies de los bailarines, Ed. Castilla Ediciones, de venta en Vítor Jara o Letras Corsarias.