Opinión

Las acuarelas atormentadas de Jerónimo Prieto

Una de las obras de la exposición 'Jerónimo Prieto: Sentimiento y acuarela' que se puede ver en El Casino. Fotografía Pablo de la Peña.

El encuentro con Jerónimo Prieto nunca deja indiferente. La conversación pausada en su estudio santuario se transforma imperceptiblemente en un ritual iniciático que te adentra en las estancias de su mundo interior, ese espacio ignoto que entremezcla lo esotérico, mitológico, religioso y castizo. Pero sin la aprehensión de ese singular universo es imposible comprender y valorar la pintura de este artista único e inclasificable. De espíritu indómito, siempre pintó lo que quiso y como quiso, gestionando su obra y trayectoria sin dejarse guiar por quienes en su momento intentaron, a costa de renuncias inaceptables, ponerle en el mercado nacional.

Ahora expone en el Casino de Salamanca sus «Sentimientos y acuarelas», la plenitud de los trazos y las aguadas de un artista, según el cartel promocional. En los ochenta ya bien adentrado, Prieto sigue siendo el de siempre, el que en los años setenta afianza su estilo y ha mantenido una trayectoria alejada de lo convencional. Resulta imposible incluirle en ninguna escuela o tendencia, ni siquiera por aproximación. Su pintura, como él, es de otra época. Se nutre de los grandes maestros del XVI y XVII, de autores como el Greco o Rembrandt, con reminiscencias de su tocayo Hieronymus Bosch –El Bosco–. Pero también de Francisco Pacheco, que indeleblemente marcó su concepción del proceso pictórico.

Jerónimo Prieto nació en Espeja durante los años del hambre. Para escapar de ella y poder estudiar ingresó en el seminario de Ciudad Rodrigo, la única salida para muchos en aquella España de color sepia. Entre libros y sotanas descubrió a Rembrandt, que le cautivó con su tratamiento de la luz y los prodigiosos claroscuros. Y en San Cayetano cristalizó el deseo de ser pintor, de serlo como antaño, viviéndolo con autenticidad. Quería ser pintor y que hablasen sus pinturas sin necesidad de que el erudito de turno tuviese que explicarlas. Y poco a poco, con esfuerzo y tesón, fue creando su estilo y desbrozando el camino de los complejos y tantas veces injustos vericuetos del mundo del arte.

Aunque en el Casino hay algún óleo sobre lienzo, la mayor parte de las obras expuestas son sus célebres acuarelas sobre cartón, tratadas singularmente a base de veladuras sobre grisalla y ulteriores raspaduras que permiten conseguir casi el efecto de textura, sobre todo en el tratamiento de los cabellos. Son sus «acuarelas atormentadas», a decir del pintor albercano José Luis Bernal. Acuarelas atormentadas en la concepción, técnica e impresión, acuarelas que originan las figuras retorcidas y descoyuntadas que dotan a su obra del atroz expresionismo que las hace únicas.

La obra de Prieto está plagada de amalgamas entre lo devoto y lo mistérico. Para entenderla es indispensable iniciarse en su particular imaginario, siempre a medio camino entre lo sagrado y lo profano. Pero esta simbiosis de elementos tan dispares es la que da pie a un mundo tan exclusivo que, si aborda el tema religioso, en las formas mantiene la ortodoxia mientras esconde un trasfondo en el que las neblinas difuminan componentes procedentes del esoterismo, la mitología y hasta la herejía. Y cuando el tema es profano, costumbrista casi siempre, la mística más devotamente heterodoxa lo hace trascender hasta cotas insospechadas.

2 comentarios en «Las acuarelas atormentadas de Jerónimo Prieto»

  1. Jerónimo Prieto es un pintor diferente, un artista que nunca se ha casado con nadie, ni ha hecho la pelota, como otros, y por eso no se le ha considerado como merece. Gracias, Blázquez, por hacerle justicia.

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