Ser optimista favorece el bienestar y las soluciones, atiende sobre todo a la parte buena de las personas y de las cosas. Quien lo es, de los problemas se ocupa y no se preocupa, la autoestima la tiene a cien, respira mejor y le sirve de talismán contra lo perjudicial. De verdad, siendo positivo haces de la confianza una fortaleza, valoras más a la familia, se cuida de no perder el tiempo y sientes es halagüeño el porvenir viendo a un niño ayudando a un ciego a pasar el paso de peatones.
Efectivo es creer que a los que promueven la crispación, usan de la demagogia y son maliciosos, se les puede resistir y al final vencer, sin insolencias ni bravuconerías, basta con hacerles frente con la normalidad de lo habitual, proceder con honestidad, el trabajo bien hecho y ser respetuoso con los demás. Duros de mollera son quienes no aceptan más verdades que las que les favorecen. Así que nos toca hacer porque se les ablande o esperar se la rompan con alguno de los cabezazos que se dan.
Va en aumento te topes con hombres y mujeres con semblante satisfecho. Es cuestión de tener pensamientos sinceros, proceder educado, desarrollar actividades útiles y tenerse por sencillos. Ser personas de sentirse tranquilos en un barco de vela en un mar agitado. Y digo que, siendo positivos al tiempo que percibimos a los demás con confianza, tendemos a recompensarnos a nosotros mismos. Por ejemplo, sirviéndonos un vaso de buen vino, sin esperar a que venga alguien a convertir el agua en vino.
Suerte la de ser optimista sabiendo que la felicidad no está en obsesionarse por mantenerla, sino ocuparse de hacer bien lo de cada día para no perderla. En todo caso, saber que es una traba desconfiar de los demás y que solos somos poco. El ser positivo conduce a que estemos a gusto sea sentados o de pie y no se pierda de vista lo bueno que es obrar porque a los de al lado les suceda lo mismo.
Licenciado en Geografía e Historia, exfuncionario de Correos y escritor