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Opinión

Leonor y Ramiro: «quien ama, no mata»

Leonor era la hija más querida de Sancho Abarca, el Clavero Mayor de la Ciudad, ya saben, el encargado de llevar los clavos de la cruz de Jesucristo en las procesiones y de custodiar las llaves de las puertas de Salamanca. Los descendientes de Francisco de Sotomayor pertenecían a la mismísima Orden de Calatrava, militar y religiosa. De su casoplón destaca la torre más bella de la ciudad, octogonal, que vista desde el cielo parece un botón charro, el ojito derecho de los plateros salmantinos y de los salmantinos que viven fuera de su patria chica.

Y Ramiro, joven muy apuesto de la familia de los Fermoselle, tenía por padre al Señor de las Cuatro Torres, muy ricos en posesiones y rivales de los anteriores.

Quiso el diablo enredarlo todo y Leonor y Ramiro se enamoraran a primera vista hasta lo más profundo de sus corazones.

Cuando Sancho Abarca se enteró de estos amores castigó a Leonor y el castigo que le dio fue el de encerrarla en la Torre del Clavero, la más alta de su casa y casarla con otro hombre noble, mucho mayor que ella, y del que no estaba para nada interesada.

Si Sancho decidió que la boda se celebrara el día 25 de Diciembre, día de Navidad, el 24 por la noche, Leonor entrelazando sábanas se descolgó desde la venta de su habitación hasta el suelo donde era esperaba por Ramiro e inmediatamente buscaron refugio en la Casa de las Cuatro Torres. Al día siguiente, en la Iglesia de Santa Eulalia procedieron a su deseado enlace en contra de los deseos de sus familias y en la cercana iglesia de Santa Eulalia.

Estando celebrándose el banquete en Casa de los Fermoselle, se presentó Sancho con sus criados. Un ruido de armaduras provocó el alboroto y gran desconcierto. Sancho quiso llevarse de allí a su hija a rastras pero ésta le dijo que antes monja que casada con un varón que no quería. El orgullo del padre se sintió herido, sin pensarlo dos veces soltó su espada contra Leonor y esta murió en un instante. Ramiro que acudió al escuchar los gritos de los criados y de su esposa, desenvainó su espada para atacar a su suegro pero como este era mucho más ducho, acabó también con su vida de una estocada certera.

Sancho cogió el cadáver de Leonor y se lo llevó al palacio de Sotomayor para velar su cuerpo sin vida y proceder a su cristiano entierro en la Iglesia de San Pablo.

Los Fermoselle, con ansías de venganza, al enterarse de la hora del entierro fueron también con todos sus criados a la puerta de la Iglesia para desafiar a los Abarca.

Quiso la Reina del cielo que aquel funeral fuera celebrado por el cura Juan, que venido de Sahagún de Campos era un sacerdote famoso por sus largos sermones que convencían hasta los muertos.

Sancho Abarca, habiendo sido convencido por el fraile y sacerdote, se arrodilló y lloró como un niño, contagiando al Señor de las Cuatro Torres. Tanta fue la aflicción de ambos que donaron sus palacios a órdenes religiosas a la par que permitieron enterrar juntos a los jóvenes enamorados en la Iglesia de San Pablo hasta que la resurrección eterna nos llegue a todos.

En su lápida aún no figura aquello de “amar, nunca es pecado”.

Por. José Luis Salamanca.

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