Gran parte de los problemas actuales provienen de no estar educados para vivir los diferentes tipos de soledad. Tenemos miedo de la soledad. Verdad es que la soledad impuesta puede llegar a ser una fuente de dolor profunda que nos abre la puerta a la depresión. La soledad no gestionada es hoy una gran plaga social, fundamento de muchas enfermedades.
Las ciudades se llenan cada vez más de seres solitarios que viven de espaldas a su entorno, perdidos entre tantas redes virtuales que alardean del mito occidental de la independencia absoluta: no depender de nadie y que nadie dependa de mi. Aumenta esa actitud narcisista que nos lleva a huir de los contactos sociales para evitarnos compromisos, empatías y complicaciones existenciales.
Plantearnos nuestra vida sin relaciones solidarias o sin comunicación afectiva con los otros nos lleva a situarnos en la muerte. Esta es la soledad más negativa: el aislamiento egoísta que suele terminar en ansiedades y angustias.
Y sin embargo hay una soledad positiva imprescindible para crecer como personas: esos momentos y espacios que reservamos para nosotros mismos para pensar, meditar, para contemplar… para llegar al conocimiento de nosotros mismos y a nuestro autocontrol emocional y espiritual.
Cuando nos dedicamos a estar con nosotros mismos (en un paseo, un baño de bosque, un rato de silencio y de interiorización…) la soledad desaparece. Unamuno nos lo recuerda: “La absoluta, la completa, la verdadera soledad consiste en no estar ni aún consigo mismo…”
En la soledad asumida y buscada descubrimos el sentido del mundo y de nuestras personas; se nos clarea la existencia y la vida de los otros, marcamos nuestros límites y necesidades y alcanzamos la paz interior. Nos equivocamos cuando de modo exagerado entregamos tantos esfuerzos a las personas que amamos en detrimento del interés y dedicación que nos debemos a nosotros mismos.
Erramos por querer ser perfectos en nuestro oficio de amantes, de padres, de educadores… en detrimento de la dedicación y entrega que nos debemos a nosotros mismos. No nos dedicamos el tiempo y la intensidad que nos merecemos como personas.
Para madurar y aprender a desapegarnos en nuestras etapas vitales tenemos que cuidarnos recreando con mimo nuestro espacio interior a base de experiencias radicales de soledad, silencio y distanciamiento. Si la soledad nos hiere y no sabemos llevarla es que andamos muy perdidos. Encontrarnos, saber quiénes somos, cual es nuestro proyecto y motivación vital es básico para llegar a ser felices. Esto sin una terapia frecuente de soledad gustada y ocupada es imposible de conseguir.
Si rehusamos por sistema nuestras soledades es que somos todavía inmaduros en los afectos, en nuestras visiones y no somos sabios emocionales. Habrá que trabajar estas carencias. “De estar sola nunca me cansaría…” decía la madre Teresa. Hoy son muchos los cansados de sus soledades, muchos los que usan esos mil caminos que hay para escapar de nosotros mismos hacia fuera y escasísimos los que encuentran ese único sendero que conduce de afuera hacia nuestro interior más íntimo.
De nuestra capacidad de gestionar el estar solos depende la felicidad. Sin ello todo es más vano y baladí.
5 comentarios en «Buenas tardes, soledad»
Desde nuestra propia compañía, desde la interacción sana con nosotros/as mismos, desde recorrer nuestro propio camino, desde nuestras elecciones, nos abrimos a nosotros, a los otros y a la vida, acompañados del conflicto, que significa aprendizaje y crecimiento.
?
Moncho,cada vez haces mejor esto de «plasmar» lo que piensas ,sientes y vives y nos ayudas a «entender» lo que pensamos, sentimos y vivimos los demás. Muchas gracias ?
Qué acertado en estos tiempos!!
Muchas gracias por tus enseñanzas y ayudas en mi crecimiento personal.
Sigo aprendiendo a SER feliz con mi vida en soledad y compañía .