Primavera, un prado de flores con música exquisita, y de ella y él, en luz femenina envueltos y entretejidos de ensueños. De ofrecimientos de la tierra que va vistiéndose de colores y cálices de deliciosa fragancia. Anuncio de buen tiempo, esplendidez de la naturaleza, del renacer magnífico de la vida en los cuerpos y las almas, canto de entusiasmo del ver la confluencia de lo que se despierta y renueva. Alegría de ser parte del jardín que cada año revive a la existencia de lo dulce.
Primavera, de recrearse dulcemente en la sensación de pertenecer a la belleza de la tierra, de empaparse del misterio de la existencia que renace sin pausa y en silencio en una naturaleza que cambia y se transforma para mantener lo humano del temblar feliz de que amanezca, se salvaguarde la espesura del bosque y el delicadísimo equilibrio de atinar con lo preciso para que la vida continúe. Corazón sin edad, viajera de luz a luz, puerto seguro para los incansables remeros del porvenir.
Exaltación del retornar del letargo de un sinfín de gozos al alumbramiento de la viveza de los grandes parques, las orillas de los ríos, del horizonte sobre el mar, de los olorosos jazmines, de los besos en el jardín. Descubrir que desnudos ante lo que se ama estamos mejor vestidos, que lo que florece más hermoso es lo que riegan dos manos y que dar las gracias por lo que somos es como el llegar de la primavera: un himno puro y verde a la belleza.
La primavera es de todos, como debieran ser la paz, la solidaridad y el bienestar. El país entero debiera salir a la vez de paseo, llenar las plazas de alegría, reír juntos, hacer cortas las distancias, derribar murallas, ponerse en otras manos, confiados. Saber que hay cosas que parece mueren y al año vuelven.
Licenciado en Geografía e Historia, exfuncionario de Correos y escritor