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El Lazarillo, fray Juan y las monjas de Toledo

El Lazarillo de Tormes, obra de Luis Santamaría Pizarro (documentado entre 1884 y 1912)

Terminamos la primera entrega subrayando el hecho obvio de que no hay otro candidato a la autoría del Lazarillo de Tormes que viviera casi toda su vida a la vera de este río. Fray Juan de Ortega es el único. Sabemos poco de su biografía pero sí que fue prior en dos ocasiones del monasterio de Alba de Tormes y que falleció allí en 1557. Era su casa madre y es muy probable que tomara el hábito allí siendo joven.

Fray Juan de Ortega reflejó en el Lazarillo cosas de su propia vida. Por ejemplo, el personaje nace en un molino de agua del río Tormes en el que su padre era molinero y también el monasterio de Alba contaba con molinos donde iban a moler su trigo los labradores comarcanos. El molinero padre de Lazarillo fue a los Gelves como acemilero de un caballero y murió allí con su señor. En los Gelves (Yerba, en Túnez) murió en 1510 el heredero de la Casa de Alba, bajo cuyo patrocinio estaba el monasterio de Alba de Tormes y donde se enterraban los miembros del linaje.

Donde el fraile hizo una transposición más clara de su vida a la ficción fue en la ruta que hace Lazarillo de Salamanca a Toledo, primero con su amo el ciego y luego solo. Fray Juan de Ortega, Como General de los Jerónimos, tenía el deber de visitar los monasterios de la Orden para comprobar que se guardaban debidamente las reglas del claustro. Entre estos monasterios que debía visitar estaba el primero femenino de la Orden, el convento de monjas de San Pablo, en Toledo.

En los años que ostentó el máximo poder dentro de la Orden, de 1552 a 1555, debió de hacer ese viaje en más de una ocasión. Él no partía de Salamanca como Lazarillo y su amo sino de su monasterio de Alba, y haría varias jornadas en el viaje. Una noche seguramente la pasaría en el monasterio jerónimo de Guisando, hoy en ruinas, que estaba cerca de Almorox, la localidad donde se relata el divertido episodio de las uvas entre el ciego y el niño. Otra noche es seguro que la pasaría en el castillo del duque de Escalona, quien contaba con una capilla en el monasterio de San Pablo de Toledo. En Escalona es donde ocurren las últimas aventuras de Lazarillo con el ciego.

En Maqueda situó el autor las peripecias con el segundo amo, el mezquino cura que mataba de hambre al muchacho, pero es más fácil que fray Juan pernoctara en la cercana localidad de Torrijos, que es donde tenían su residencia-palacio los duques de Maqueda.

Ya en Toledo, Lazarillo encuentra al escudero, su tercer amo, con quien vive en una casa lóbrega y oscura que carece de lo más necesario y que este tiene alquilada. En la novela el autor sitúa relativamente bien la localización de esta casa en la trama urbana del viejo Toledo. A lo largo del relato el autor habla de una calle que baja desde la catedral, identificada como la Bajada del Barco, menciona la tripería, que estaba cerca, el río Tajo debajo de la casa y sobre todo el callejón de los muertos de San Lorenzo, junto a la parroquia del mismo nombre hoy en ruinas.

Este callejón protagoniza el divertido episodio en el que Lazarillo cree que le van a meter un cadáver en la casa. Entra en pánico cuando ve cómo llevan a enterrar a un muerto en unas andas y la viuda detrás va gritando: Marido y señor mío, ¿adónde os me llevan? ¡A la casa triste y desdichada, a la casa lóbrega y oscura donde nunca comen ni beben!

Pues bien, este callejón de los muertos de la parroquia de San Lorenzo estaba encima, a unos metros, de donde se halla el monasterio de jerónimas de San Pablo, que todavía existe en Toledo, aunque con muy pocas monjas.

Fray Juan de Ortega menciona pues lugares cercanos a este convento, la zona de Toledo que únicamente conocía como forastero que era. Como el casco viejo de la ciudad ha cambiado poco en casi 500 años cualquiera puede ver la situación del monasterio de jerónimas y localizar los cercanos lugares citados en la novela. Lo anterior podría resultar poco convincente si no estuviera refrendado por un indicio aún mayor, y es que el autor, aunque de forma velada, situó la casa del escudero pared con pared con el convento.

Cuando las autoridades de Toledo prohíben mendigar porque la cosecha había sido mala, el niño y el escudero pasan días sin comer, y Lazarillo confiesa: A mí diéronme la vida unas mujercillas hilanderas de algodón que hacían bonetes y vivían par de nosotros.

Estas vecinas son las que le alimentan, las únicas que muestran caridad en la ciudad. Estas mujeres trabajadoras vuelven a aparecer en la novela cuando el escudero huye para no pagar el alquiler de la casa y la cama. Dice Lazarillo: Venida la noche y él no, yo hube miedo de quedar en la casa solo, y fuime a las vecinas y conteles el caso, y allí dormí.

Y vuelven a intervenir las vecinas cuando los acreedores llegan con un alguacil que amenaza a Lazarillo con apresarle: Señores, este es un niño inocente y ha pocos días que está con ese escudero, y no sabe de él más que vuestras mercedes, sino cuánto el pecadorcico se llega aquí a nuestra casa y le damos de comer lo que podemos por amor de Dios.

Como vemos, estas mujeres vivían juntas y hacían labores. No pueden ser otras que las monjas jerónimas a las que fray Juan de Ortega iba a visitar. Ellas también vivían del trabajo de sus manos, tal y como Santa Teresa recomendaba a sus monjas en las Constituciones de la Orden del Carmelo Descalzo: Ayúdense de la labor de sus manos, como hacía San Pablo, que el Señor les proveerá de lo necesario… No sea en labor curiosa, sino en hilar o coser.

Estas monjas jerónimas de Toledo que hilaban bonetes de algodón, precisamente en un convento bajo la advocación de San Pablo, son pues uno de los mayores indicios que apuntan al autor del Lazarillo, el General de la Orden Jerónima que puso mucho empeño en ocultarse porque la dignidad de su cargo le impedía poner su nombre a una novela tan liviana pero que no pudo evitar ese acceso de ternura hacia sus hijas de confesión, a las que retrata como modelo de cristianas en una ciudad en la que la caridad se había subido al cielo.

Antonio García Jiménez. Biblioteca Nacional de España

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