Es bueno se acepte a quien piensa distinto, no se insulte al diferente y a nadie se desprecie. La obsesión por lo propio, la desconfianza hacia el extraño y creer siempre tener razón, conducen a enfrentamientos que hacen un hueco en el corazón y un revuelto en la cabeza. Es fácil entenderse si se escucha, tener amigos si prevalece el afecto y tranquilidad cuando se evita la disputa. Tierra esta, poblada de gente generosa, oportunidades magníficas, de luz y trigo limpio. Intolerancia no, gracias.
Lo de que yo tengo razón y tú estás equivocado es frecuente, como escuchar sin hacer por entender y responder sin tener suficiente información del asunto que se trata. Que esa situación dé lugar a porfías provoca los enfados y distanciamientos en que comienza la intolerancia, no tanto porque las opiniones de los otros nos parezcan desatinadas, sino por el rechazo a aceptar ideas contrarias a las propias. Tener en demasiado lo de uno es lo que origina la intransigencia.
No oponerse con animosidad a las creencias y peculiaridades de los demás motiva la disposición a cambiar. Con variedad está construido el mundo y la sociedad es plural, pretender la uniformidad y que todos pensemos lo mismo es vivir ajeno a lo que es la normalidad. La generación de ahora está llamada al entendimiento, a aceptar se sea distinto y no imponerle condiciones para admitirlo. Lo del pensamiento único no va con ellos y se niegan a aceptar que la verdad tenga dueño.
Creer se tiene en propiedad la razón, se defienda su posesión a toda costa y agreda a quienes piensen se la cuestionan, conduce a la intolerancia con otras costumbres, religiones, razas y sexualidad. Libres son las opiniones y libres las opciones. Cuesta caro excluir al diferente. Enrarece la convivencia y hace se acrecienten los conflictos.
Licenciado en Geografía e Historia, exfuncionario de Correos y escritor