Pequeños somos, pero no poca cosa. Porque ya saben, que toda la música del mundo está compuesta con siete notas y los mejores libros escritos con algo más de dos docenas de letras. Así que nada de sentirse en desamparo y a falta de buenas expectativas. Frente a lo que no nos gusta hay que reaccionar antes que se haga insoportable. Hay futuro: los jóvenes están mejor formados que nunca, los mayores no nos rendimos y las oportunidades abundan. Vivimos en libertad y eso estimula.
Se dice que al final del túnel hay luz; no lo dudo, pero al precio que está será poca. Digo que habrá que iluminar el pasadizo por el que vamos y habilitar un faro destellante que nos oriente para no encallar. Más difícil será lo paguen quienes nos han metido en el laberinto con su insistencia en mensajes negativos, amplificación de las desgracias y que en la copa en vez de dulce nos pongan amargura. Menos mal que si motivos para la tristeza hay cien, para la alegría son mil.
La mejor manera de cambiar de la fatalidad a que abocan los pregoneros de un apocalipsis anticipado, es rebelarse haciendo bueno lo dicho por un sabio: “los hombres se fijan ellos mismos su precio y nadie vale si no lo que se hace valer”. Así que un no rotundo a los asentados en lo inapelable de las calamidades, a los maliciosos que las difunden y tachan la esperanza de ilusa. Inútil les será nos amenacen con tormentas cuando vemos el cielo despejado.
Claro es que mantener la alegría con tanto anuncio de catástrofes, guerras de intereses y escombro de derribo no es fácil. No obstante, la luna sigue tan blanca como siempre, el mediodía está sin sombras y hay quienes todavía creemos se puede caminar sobre las aguas.
Licenciado en Geografía e Historia, exfuncionario de Correos y escritor